jueves, 1 de octubre de 2015

Tombuctú

Las cosas se desvanecen una a una y sólo quedan extraños detalles, elementos sin importancia de hechos ocurridos hace bastante tiempo.
Todo ese revoltijo en tu cabeza, el polvo y los cachivaches, los inútiles trastos que caen de los estantes abarrotados.
Retazos inservibles, música de fondo.
Polvo del espíritu de otra época sobre el mobiliario mental.
Recuerdos superfluos, pelusa de molinillos.
Todo es viento y humo, un vientre lleno de gases.
Una lista interminable de detalles.
La vida y época de Eleanor Rigby. Rumpelstiltskin. Los Ritz Brothers. El Capitán vídeo y los Four Tops. Henry James y Jesse James. James Joyce. Joyce Cary. Cary Grant
¿Quién coño quiere saber quiénes son esos?
Una lista interminable, ¿no?
¿No hacen falta, verdad? Y sin embargo ahí están, desfilando por el cerebro como hermanos no vistos en mucho tiempo. No paran de salir a tu encuentro. Y a cada momento aparecen nuevas cosas inútiles que ocupan el lugar de las viejas.
Hay demasiadas cosas como para no sentirse tentado. La atracción de lo particular, es decir, la seducción de la cosa en sí.
Tienes que estar loco para no pensar en ellas alguna que otra vez.
Da igual lo que sea. Piensa en una cosa, en cualquiera.
El preparado de Tía Jemima para hacer tortitas.
El ruido que hace la tapa de una alcantarilla cuando un camión le pasa por encima a las 3 de la mañana.
Por no hablar de esos pantaloncitos cortos de ciclista pegados al trasero de una titi cuando te adelanta por la acera. ¿Hace falta decir más?
Tienes que estar muerto para no pensar en ello al verlo. Se abalanza sobre ti, te asalta. Te da vueltas en la cabeza hasta que se funde en una pasta densa y mantecosa. Vasco Da Gama con sus pantalones bombachos.       La boquilla de Franklin Delano Roosevelt. La empolvada peluca de Voltaire.
Cartografía. Pornografía. Taquigrafía. Estentóreos balbuceos, fulanas episcopales, chupachups y copos de avena escarchados.
Se sucumbe al encanto de esas cosas como cualquiera.

¿Cómo sabemos que dos son dos?

Esa es la verdadera cuestión.