jueves, 31 de julio de 2014

Si Dios no existiera, ¿habría alguna diferencia?

"Carezco de credo y no pertenezco a ninguna congregación ni religión-dice Bergman en uno de sus libros autobiográficos-. 
Nunca he necesitado ningún Dios ni redención ni vida eterna. Soy mi propio Dios, me proporciono mis propios ángeles y demonios. Estoy en una playa pedregosa que desciende en olas hacia un mar protector. 
Un perro ladra, un niño llora, el día se hunde y se convierte en noche. Usted nunca podrá asustarme.
Ningún ser humano podrá asustarme nunca más. Tengo una oración que me rezo a mí mismo en el silencio absoluto. Ojalá venga un viento y mueva el mar y el sofocante crepúsculo.
Ojalá venga un pájaro desde el mar y haga estallar el silencio con su grito.
La sensación de esto es la del desasosiego, la del malestar.
La tristeza solemne que habita en todas las cosas grandes, en las cimas de las cosas como en las grandes vidas, en las noches profundas como los poemas eternos.








domingo, 20 de julio de 2014

"Nadie quiere comerse un salmón tras un empacho de sardinas".

Hay capítulos sin los cuales no se puede contar la historia.
Hay historias que no caben en un libro.
Y hay libros que uno siempre vuelve a leer.
-El cajón de Gatsby.

martes, 15 de julio de 2014

Nota disonante.

Es un ritual inevitable.
Desenrollo los cascos quitándoles todos los nudos mientras me relajo y pienso qué me apetece.
Los enchufo y voy en el aleatorio pasando canción tras canción hasta que el azar decide y encuentra la canción que me apetece escuchar y que no sabía ni que me apetecía hasta que la veo en la pantalla.
Mi mente se abre como una flor. Se pone a pensar sin ser yo consciente de ello.
Escucho con atención la intro. Un bajo, un piano, una guitarra.
A veces una batería. Otras veces si estoy de un humor extraño, un violín.
Eso me basta para perderme en mí misma.
Empieza la letra que a veces no encaja nada con la melodía y otras le queda como un guante. Incluso como una piel: está perfectamente hecha para esa canción.
Oigo y pongo atención a las palabras.
A veces es su significado lo que prende la llama, lo que enciende el motor.
Otras, ni presto atención a lo que significan sino a lo que son las palabras en sí, al tejido que forman junto a la melodía.
Entonces, la escucho con claridad: es esa nota, ese principio de una parte de la composición que me gusta especialmente. Esa parte puede durar un segundo o quizá mucho más. Pero siempre la hay. Está ahí.
Viaja en el aire hasta los oídos. Se reconoce inmediatamente, aunque nunca se haya escuchado esa melodía.
Un humor ya se ha formado dentro de mi. Siento la letra danzar en la mente.
Siento las notas en las puntas de los dedos; las siento vibrar en los oídos extendiéndose hacia el pecho. Siento el ritmo en las caderas.
Arqueo un poco la espalda al llegar ese punto.
Noto la música recorriendo la columna vertebral.
Cuando se discute sobre si una canción es buena o mala, la gente exime sus argumentos más convincentes.
Pero es música. Dicen por ahí que es el lenguaje del alma.
Para mi, una buena canción se distingue entre el resto si te hace estremecer de pies a cabeza, si te provoca un pensamiento, un sentir (sea o no definido).
Por ello la música es subjetiva: porque a unos les provocará escalofríos y a otros no.
Pero todo el mundo sabe a lo que me refiero.
Aunque razonablemente la música salga de un reproductor o de un altavoz, o en última instancia de las manos o pies de un músico, en realidad yo sé perfectamente que sale de dentro, de la mente, de un sentimiento desnudo.
Sé perfectamente que es absurdo pensar que del músico que parece fabricarla de la nada sale esa emoción, ese estremecimiento, esa sacudida y que puede transportarse a las personas por el aire e inundar cuerpos, mentes.
Sé que es físicamente imposible, pero es así.
Definitivamente sin oído me parecería demasiado difícil vivir.

lunes, 7 de julio de 2014

Devenir Deleuzeano

Devenir significa abandonarse en cierto sentido a la incógnita de lo que somos, de lo que seremos.
Se trata de abandonar la idea estricta del sí, abandonar la idea de que poseemos unas potencialidades limitadas a una identidad fija (que hemos y el entorno nos ha hecho forjarnos) para abrirnos a lo nuevo, hacia una nueva personalidad, una nueva individualización, una nueva forma de pensar.
Se trata de deshacerse de las maletas pesadas que ya no son funcionales en nuestras existencias.
Devenir es un movimiento imperceptible que sin embargo revoluciona nuestro interior, cambiando radicalmente nuestro modo de entender el mundo y nuestras reglas de pensamiento y acción.
No se trata en absoluto de un movimiento nihilista, pues el nihilismo conduce al sentimiento de la inutilidad de la existencia.
Así, como sugirió Nietzsche, abandonar los valores metafísicos cobra valor sólo si se constituyen nuevos valores.
En caso contrario, se trataría de una dirección obstinadamente destructiva.
Ese abandono del que hablo es una transducción, es decir, significa al mismo tiempo la asunción de una nueva configuración. Es una necesidad fisiológica y ambiental de transformarse en otro de sí, mediante variaciones de sí, la variación de valores, de la relación con los demás, con el entorno.
Aún así devenir no es tarea fácil. Esa metamorfosis no se produce por que sí.
La transducción solo puede ocurrir cuando precisamente se abandona el propio ego (entendido como identidad).
Uno no se puede transducir a partir de sí mismo a otro.
Y quien acepta el devenir de sí (y no la permanencia de sí), posee voluntad.
Lo que impide comúnmente que nos dejemos ir, es la resistencia que aplicamos a los cambios, debido a cierto horror vacui que condiciona al sujeto. Dejar la propia identidad puede provocar un gran terror, el mismo terror que rodea a un gusano en su crisálida mientras, desde su punto de vista, se acerca el fin del mundo.
Pero, mientras tanto, ya le están creciendo las alas.

viernes, 4 de julio de 2014

Patrick Rothfuss.

Las palabras son pálidas sombras de nombres olvidados.
Los nombres tienen poder, y las palabras también.
Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres, pueden arrancarle lágrimas a los corazones más duros.
Existen siete palabras que harán que una persona te ame, y diez que minarán la más poderosa voluntad de un hombre.
Pero una palabra no es más que la representación de un fuego.
Un nombre es el fuego en sí.