jueves, 12 de noviembre de 2015

Ese lugar.

El cerebro es un lugar muy curioso.
Un lugar donde las cosas que pasan siempre tienen dos versiones: una en la que te sientas a esperar que cambien y otra en la que tú decides cuándo y cómo cambiarlas.

jueves, 1 de octubre de 2015

Tombuctú

Las cosas se desvanecen una a una y sólo quedan extraños detalles, elementos sin importancia de hechos ocurridos hace bastante tiempo.
Todo ese revoltijo en tu cabeza, el polvo y los cachivaches, los inútiles trastos que caen de los estantes abarrotados.
Retazos inservibles, música de fondo.
Polvo del espíritu de otra época sobre el mobiliario mental.
Recuerdos superfluos, pelusa de molinillos.
Todo es viento y humo, un vientre lleno de gases.
Una lista interminable de detalles.
La vida y época de Eleanor Rigby. Rumpelstiltskin. Los Ritz Brothers. El Capitán vídeo y los Four Tops. Henry James y Jesse James. James Joyce. Joyce Cary. Cary Grant
¿Quién coño quiere saber quiénes son esos?
Una lista interminable, ¿no?
¿No hacen falta, verdad? Y sin embargo ahí están, desfilando por el cerebro como hermanos no vistos en mucho tiempo. No paran de salir a tu encuentro. Y a cada momento aparecen nuevas cosas inútiles que ocupan el lugar de las viejas.
Hay demasiadas cosas como para no sentirse tentado. La atracción de lo particular, es decir, la seducción de la cosa en sí.
Tienes que estar loco para no pensar en ellas alguna que otra vez.
Da igual lo que sea. Piensa en una cosa, en cualquiera.
El preparado de Tía Jemima para hacer tortitas.
El ruido que hace la tapa de una alcantarilla cuando un camión le pasa por encima a las 3 de la mañana.
Por no hablar de esos pantaloncitos cortos de ciclista pegados al trasero de una titi cuando te adelanta por la acera. ¿Hace falta decir más?
Tienes que estar muerto para no pensar en ello al verlo. Se abalanza sobre ti, te asalta. Te da vueltas en la cabeza hasta que se funde en una pasta densa y mantecosa. Vasco Da Gama con sus pantalones bombachos.       La boquilla de Franklin Delano Roosevelt. La empolvada peluca de Voltaire.
Cartografía. Pornografía. Taquigrafía. Estentóreos balbuceos, fulanas episcopales, chupachups y copos de avena escarchados.
Se sucumbe al encanto de esas cosas como cualquiera.

¿Cómo sabemos que dos son dos?

Esa es la verdadera cuestión.

jueves, 11 de junio de 2015

El pedrusco de Sísifo.

Según Nietzsche, hay que asumir el absurdo y entregarse a él.
La vida es un cuento lleno de ruido y furia contado por un idiota, decía Shakespeare.
Y eso es lo que hay que valorar. No vivir en ilusiones ni mentiras.
Si la vida es una locura, ¿por qué no vivir locamente?
¿Por qué no aprovechar que nada tiene sentido para inventártelo tú?
Habría que disfrutar de la vida de forma irreflexiva como si fuésemos niños y no se nos fuese a agotar la energía, las ganas y la propia vida jamás.
Precisamente en la asunción consciente de un mundo y una condición finita, trágica, absurda, reside la belleza de luchar contra ello como si la lucha tuviera sentido sabiendo que carece de él.
Y apasionarse sabiendo que la pasión es inútil.
Negarlo, pese a saber perfectamente que al negar tantas veces lo innegable, lo estamos afirmando
Tomarse la vida en serio aún sabiendo que es un puto juego.
Volver a cargar una y otra vez la piedra de Sísifo.


martes, 9 de junio de 2015

Wendepunkt

Hoy no me pondré a farfullar sobre las cosas que pasan en el mundo que no puedo controlar. No le daré vueltas a ningún problema filosófico ni reivindicaré nada cotidiano.
Lo que hoy cuento me lo cuento a mi misma.
Y es que últimamente me acucia un problema que me está afectando.
No puedo encontrar un puto libro que merezca la pena leer, que me ponga los pelos de punta o me haga reír o sentir algo más allá de que estoy leyendo un puto libro que no me hace sentir.
Se podría decir que es un problema de mierda para alguien como yo. Y para el resto de seres humanos pues seguramente también. Y quizá lo sea. Y quizá he perdido esa conexión para siempre.
Espero que no.
Soy jodidamente feliz, Tengo a la persona que más quiero y más he querido en mi puta a vida a mi lado. Pero no puedo leer. No creo que sea culpa de los libros que he intentado leer últimamente. Pienso que es más bien cosa mía.
Y eso me puede, me supera.
Realmente puede parecer una estupidez pero es algo que me preocupa, que no me deja dormir, que no me deja descansar, que no me permite concentrarme. Es un problema asfixiante.
¿Por qué?
Los libros, las putas novelas gráficas es lo que ha mantenido y mantiene muchas veces mis huesos unidos. Me permiten tener una salida, coger un desvío de mi vida y alejarme de lo coherente. Aislarme de mí misma.
Gracias a poder leer me evado de la realidad buscando otras realidades distintas.
Sin eso mi día a día está perdiendo color poco a poco.


domingo, 17 de mayo de 2015

Diógenes en su tinaja.

Una vez escuché una conversación entre un viejecito y una farola.
El viejecito le comentaba que no soportaba que las cosas tuviesen que tener un sitio. Comprendía que asignar un sitio a cada cosa es útil si necesitas encontrarla, pero dijo que él jamás dejaba las llaves en el mismo sitio, ni guardaba los tenedores con los tenedores ni los vasos con los vasos.
Tampoco tenía un cajón para los calcetines ni un vaso donde dejar el cepillo de dientes.
Nada tenía su sitio.

sábado, 2 de mayo de 2015

La futilidad de la muerte.

Por qué tenía que morir el macizo?
Parecerá una gilipollez, pero eso me ha hecho plantearme lo absurdo de la muerte, que se dibuja y rellena sus trazos con una tinta grotesca, burlona e incompresible.


martes, 24 de marzo de 2015

Historias para nadie.

Una moneda que pasa de manos desde que fue acuñada.
Un grano de trigo desde el instante en el que germinó.
Un átomo de carbono.
Una flor.
Un gato suave, desde que cabe en un bolsillo  hasta su rolliza muerte entre unas manos que aún han vivido mil veces más historias.
Un trozo de plástico.
Un recuerdo.
Una voluta de humo.
Una mota de polvo.
Una gota de pintura.
Un trozo de metal quirúrgico.
Un cementerio.
Una casa en ruinas.
Un cerdo.
Una vela de cera.
Un libro ajado.
Una fruta jugosa.
Un grano de arena.
Una arruga.
Una sonrisa.
Un ojo de cristal.
Unas cuantas teclas de ordenador.
Una veleta,
Una ráfaga de viento.
Unas palabras.
Un suspiro.
Una llave.
Un quizá. Y tal vez un por qué. O un sí y un ahora.
Una pestaña. O dos.
Un puñado de pecas.
Unas uñas rasgando la piel.
Una boca sedienta. De agua y de todo.
Una copa.
Un roce.
Una risa.
Un viejo CD.
Una cara conocida.
Un zumo derramándose.
Una llanura que hace miles de años fue montaña.
Un poco de sudor.
Unas cuantas lágrimas.
Un cuaderno.
Unos labios suaves.
Una caricia.
Una delicadeza implícita.
Una invitación.
Una regadera reposando en su hueco del jardín.
Un sumidero.
Un camino.
Un armario con la sal y la pimienta en su sitio.
Un cristal rayado.
Una vieja radio.
Un vestido que ya no te cabe pero aún conservas.
Una bolsa de basura bien amarrada.
Un barco de papel.
Un botiquín desordenado.
Un trozo de chocolate derretido.
Una cinta de casette hecha pedazos.
Una tos nerviosa.
Una canción escondida.
Una buena frase.
Una reunión de baches.
Una piara de medias verdades.
Un sorbo rápido.
Un cubo en la arena.
Unas manchas de dálmata.
Una corbata abandonada.
Una luz apagada.
Una esperanza encendida.
Una utopía realizada.
Una fe rota.
Una calma en tormenta.
Unos muelles engrasados.
Un sueño construido.
Un barril medio lleno.
Un desván desvencijado.
Un tejado sin tejas.
Un suelo sin vida.
Un incendio en una cascada.
Un crujido en las hojas.
Un ruido que creíste oír.
Una inmensidad de nada.




domingo, 15 de marzo de 2015

ARTE.

El arte no tiene por qué ser bonito. Se supone que el arte tiene que hacerte sentir algo.

domingo, 18 de enero de 2015

NIEVE.

Vas caminando y lo hueles.
Hueles el olor a nieve por primera vez desde hace mucho tiempo. Tanto que no puedes acordarte.
Y después de unos minutos caminando con la esperanza vana de que ocurra, sientes el primer copo de nieve del invierno en tu nariz.
Y tal vez no nieve copiosamente.
Y quizá sea una mierda en cuanto a cantidad.
Hace un frío de pelotas y solo unos cuantos copos se agolpan bajo tus pies. 
Pensabas que las predicciones se cumplirían por una vez y tu ciudad parecería el jodido polo norte.
La poca nieve se funde con la suciedad de la calle y desaparece.
Pero nieva.
Y nada más importa.



El principito.

-¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y de qué te sirve ser rico?
-Me sirve para comprar más estrellas.