jueves, 27 de febrero de 2014

Libros de libros.

Últimamente me atrae cierto tipo de libros más que otros. Si lo miro desde el punto de vista de la psicología y me autoanalizo, encuentro una certeza: estoy algo harta de leer lo que yo llamo "libros de libros" o libros de citas, en donde la opinión personal del autor o mejor dicho, recopilador, está escamoteada, ya sea sobre el presente, ya sea sobre su circunstancia.
Las publicaciones actuales han seguido esta línea, aunque no me gusta generalizar porque la generalización precipitada sigue siendo que yo sepa una falacia y porque también de cuando en cuando aparece un libro cojonudo que rompe con todo, que es como un tsunami e inunda y deja en evidencia las otras escrituras mediocres.
Pero hoy por hoy, casi en su totalidad generalmente se trata de libros  en donde no se manifiesta la escritura como una vocación de estilo, en donde no se piensa ni se opina.
Hoy, alcanzar una opinión entre intelectuales es algo prácticamente imposible, y si escriben en los periódicos lo hacen como auténticos y serviciales adláteres del sistema.
Hay veces que me da la sensación de que hay por ejemplo cierto paralelismo en los ensayos de Ortega y los acontecimientos políticos actuales. Eso me deja estupefacta e inquieta, ya que tras 100 años volvemos a situarnos en el mismo punto en donde se hallaba el filósofo. O quizá hemos regresado al punto desde el que partimos, como suele suceder en las grandes obras literarias, en el mito, el cuento, la novela. Sin que nuestros pensadores
(o el maldito ciudadano que designan "de a pié" y que puede ser tan buen pensador como cualquier hijo de vecino con un encéfalo humano) deseen repensarlo. O simplemente porque lo desconocen, lo cual hace más grave su injusta despersonalización, su delirio crítico.
Pero si el ciudadano es un héroe cotidiano, entonces la patria sería aquello que pensamos por la mañana que hay que hacer durante el día.
Esto es algo que roza ya la abstracción más absoluta.
Somos espectadores. Pero es un nuevo concepto de espectador. Antes el espectador era la base prototípica del interés por la vida y por las cosas. Era otra mirada; un leer entre líneas. Un saber ir al fondo de las cosas, al meollo del asunto.
Y ahora los únicos espectadores genuinos quieren alejarse del escepticismo relativista y del racionalismo universalista, no desean convertirse en hombres masa, sino salirse de las cosas y mostrarlas en sus circunstancias.
Ahora en los debates televisivos matan a la Esfinge porque no quieren escuchar, y al ver llegar a alguien que podría liberarlos de esta peste contemporánea, prefieren no saber la verdad.
Vivimos en un tiempo-escribió Ortega- en que uno se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe realmente qué realizar.
Y es así. Lo he comprobado. En la universidad prima, abunda el intelectual cínico. Una clase de hombre masa instalado en el no saber, alejado completamente de la razón vital, un tipo de sujeto incapaz de criticar lo que está mal porque, en realidad todo lo que ve a su alrededor, para él está cojonudo; marcha bien. Eso sí, es fácil verlos venir.
Tal vez no sea culpa suya, sino de la adopción sin reproches de un pensar utilitario.
Ved los programas del colegio, de la universidad. Creen que por mandar a sus hijos a aprender de memoria inglés, lengua, ciencias...etc acabarán aprendiendo a hablar y a pensar. Y sobre todo, a ganar dinero.
La gente actúa poco, es una masa adormilada con embustes, que bien se despierta indignada, bien sigue en un sueño profundo.
Hay que empezar a ser guardianes de lo imprescindible, y a criticar hasta la extenuación cuando falte. Necesitamos recuperar la connotación antigua y olvidada de espectador, y dar un paso más hacia la acción.
En fin, me voy a la cama a deleitarme leyendo uno de esos escasos libros que no es de libros y a rumiar lo dicho.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Coma en público.

Es un estado catatónico. Es irte a otro lugar en tu mente estando en una fiesta o en una conversación. La idea de entrar en coma público me gusta mucho. Aporta una paz indescriptible, una quietud. Es un no pensar. Es relajación. Aunque a veces tan solo dure instantes, aunque en una conversación entres en coma mental (por no decir que hay veces que un tedio infinito te invade por dentro, y casi caes en coma de verdad).
Añado una última cosa: Esta tarde he vuelto de nuevo a la vida con la aspiración de que ese tedio eterno me proteja de mi misma.


Frases.

No sé que me lleva a subrayar unas palabras y no otras.
Este problema creo que forma parte de una deontología o de una pragmática de la escritura. Y Barthes seguro me daría la razón. A sus discípulos les fascinaba y sorprendía que el maestro dejase caer a veces frases, no ya delicadas o inextinguibles, sino directamente provocadoras.
Cuando uno dice frases como que la ópera no es música la causa está en que quien las pronuncia ha estado probablemente hablando y pensando toda su vida y si le sale una cosa así de golpe es que debe tener razón. Le he dado vueltas y me he dado cuenta de que lo que dice Barthes tiene sentido.
La ópera puede ser bella, pero no tiene por qué ser necesariamente música. En Grecia, de hecho, el coro sí era música, pero la canción se incorporó después. Nadie puede definir muy bien qué es la música.
A veces no hay otra manera de aceptar inteligentemente e inteligiblemente una frase más que cuando se la acepta por completo sin discutirla.

lunes, 24 de febrero de 2014

Música.

Ayer leí una obra de Pascal Quignard, en la que éste descubre en la música el ruido.
Y, como un buen músico, se sale del texto para horadar otros espacios y hallar en la digresión unas relaciones inesperadas, por ejemplo al sostener que Dios es que hayamos nacido, que hayamos nacido de un acto donde no figurábamos, que hayamos nacido de un abrazo en el que dos cuerpos distintos al nuestro estaban desnudos y que somos el fruto de una sacudida entre dos pelvis también desnudas, incompletas, avergonzadas la una ante la otra, cuya unión fue ruidosa, acompasada, gemebunda.
Este párrafo es demasiado bueno como para soslayarlo.
Es como si dijera: bueno, ya que me habéis traído hasta aquí, dejadme que os muestre la parte oscura de la bondad, y del amor, de la música, del sexo.
La música es un ente que produce una distorsión del lenguaje. Con esto me refiero a que por ejemplo antes de la aparición del hombre ya estaba ahí en el ambiente, como si esperase nuestra llegada para sintetizarse y ofrecerse, igual que hay en la invisibilidad entes que están ahí y que todavía no se han mostrado como objetos.
Entiendo por qué a los músicos les gusta tanto el silencio. Ese intervalo.
Quignard se remonta a Ulises para desmitificar terriblemente sus veleidades. La música precipitaba al fin, según Lacks. O precipitaba hasta el fondo.
Plotino aclaraba más o menos el concepto de música como ente cuando decía que la música es una experiencia anterior a lo sensible, como si se enlazara con el más allá, como si procediera de una música anterior.
Tanto en Homero como en Virgilio, el autor nos descubre la música en esa voz infernal que es una señal, que serviría para enseñar obediencia, para imponer orden, para trasladar a los corderos al matadero.
La música aparece asociada desde el principio a la tragedia clásica, al melodrama.
Entiendo que Quignard es una especie de antinietzscheano irreductible, abriéndonos las puertas de este palacio inaudito de la música, y todo porque la relación entre medios y fines explica decisivamente el papel de la ética de la existencia.
Pienso en la gente que va a la ópera de forma asidua, o en mí misma que escucho música todos los días. ¿Será cierto que mientras permanecemos ahí escuchando permanecemos reclusos, atrapados por este soma que nos circunda y detiene?
No lo sé, la vida es sorprendente. Quizá no sea sólo un hábito social o de entretenimiento para llenar una especie de vacío situacional, sino simplemente un deseo de rapto mental, de entrega y de ignominia, una especie de venganza del arte contra aquellos intrusos que no saben ni podrán nunca entender, por ejemplo, los siete minutos de la sinfonietta de Janáceck, la quinta de Beethoven, el Danubio azul de Strauss, Eine kleine Nachtmusik del grande Mozart, el concierto 1 de piano de la obertura 23 de Tchaikovsky, la Suite 1 de Cello de Bach, la Cavalleria Rusticana de Mascagni, la obertura de Guillermo Tell de Rossini, el Vals de Alejandra de Enrique Mora, las olas del Danubio de Ivanovici, el bolero de Ravel, Cándida Obertura de Bernstein, Carmina Burana de Orff, the Mission de Morricone.... La lista de obras maestras es interminable.
Retomando el hilo de lo que decía, Quignard lo explica muy bien:
El arte no es contrario a la barbarie. La razón no es lo contrario de la violencia. Esto me hizo reflexionar sobre que esa idea desmonta la irregularidad atrayente que supone concebir a Aomame, la protagonista de 1Q84 de Murakami, un personaje que es una fría asesina y al mismo tiempo posee el don del placer por Janáceck.
Y tiene sentido. Desde mi visión de las cosas, es erróneo oponer lo arbitrario al Estado, la paz a la guerra, y la sangre vertida al acecho del pensamiento, pues ni la muerte, ni la violencia, ni la sangre ni el pensamiento están libres de una lógica que permanece lógica incluso si rebasa la razón.
Al final cuando acabé la lectura, me invadió un frío glacial en la nuca, porque comprendí que no es una suerte haber nacido, ser humana.
Que el mundo, tus amigos y las personas que amas también forman parte de los peligros, de aquellos miasmas de los que hablaba Baudelaire; que nada es seguro y que incluso dentro del amor puede hallarse la semilla inmortal de la desolación y la muerte, ya que nada, nada, nada es real.

Promesas.

Efectivamente, hay promesas que cuesta mucho mantener.
           

miércoles, 19 de febrero de 2014

Can you fill it?

There´s a hole in my soul.
I can´t fill it, I can´t fill it.
Can you fill it, Can you fill it?

sábado, 15 de febrero de 2014

Oblivion

 Hoy me he dado cuenta que desde hace seis meses he vivido con una sensación muy rara en la mente, como una carga, como un parásito del que no te das cuenta que vive en ti y que permanece agarrado y entumecido mediante su órgano fijador a alguna parte de tu cuerpo.
Me he percatado tras estar un largo rato pensando en nada en particular.
El sentimiento de que me faltaba algo. No me refiero a una tarea inconclusa que debía terminar, ni a algo físico. He suspirado profundamente y una bombilla se ha encendido en algún lugar de mi alma.
Me falta mi amigo Me falta su risa. Sus chorradas esperpénticas por whatsapp, sus locuras transitorias e inolvidables. Sus paseos en moto. Sus planes sacados de la manga. Sus carcajadas extrañas.
Sus piques absurdos. Su forma de mascar golosinas. Su costumbre de regalarme regaliz rojo.
Sus gustos calcados a los míos.
No me había fijado nunca en cuánto llenaba mi vida.
Nadie lo hace hasta que esa persona te falta para siempre.
Ahora que me atormenta ese pensamiento de no haber sido tan consciente de que me faltaba, le echo de menos muchísimo.
Y eso me hace estar bastante jodida.

No estoy en vena.


Amistad.

Qué curiosa es la amistad, ¿no? De repente escoges a unas personas para pasar tiempo con ellas. ¿Haciendo qué? Pues hablando, riendo, bebiendo o comiendo algo, yendo a veces a sitios juntos... y ya si la cosa prospera te ayudan y apoyan cuando te pasa algo chungo o turbio, o cualquier gilipollez.
Pero, ¿cuándo escogemos a esas personas? ¿Y en base a qué?
¿Por qué mis amigos son mis amigos y no otro grupo de personas?
No recuerdo haberlos escogido, más bien creo que la vida escoge por ti a esas personas. Obviamente luego vas descartando, cribando a las que no te aportan nada y "seleccionando" a los que te importan. Sin embargo en ningún momento fichas a alguien y decides que lo quieres como amigo y te esfuerzas por ser simpático a ver si la amistad arraiga (bueno yo a veces lo hago aunque tengo entendido que no es el proceso social normal. Yo es que soy un poco así).
No obstante, eso no es lo habitual. Conoces a alguien, charlas, encuentras cosas en común y cosas que no compartes que te interesan.
Y la amistad simplemente sucede.
No es una determinación lúcida.
Parece que las cosas más importantes de la vida ni siquiera son elecciones conscientes.
Entonces, ¿de qué o quién depende la vida que estamos viviendo?
¿La construimos o nos toca?
Lo fácil (que constituye así mismo una vaguería mental en cierto modo) es decir que es un poco de ambas conjeturas, pero todos sabemos que la vida no sigue una receta precisa, que al final hay algo que suele predominar:
el azar o la elección.
Ahora bien, ¿cuál?

viernes, 14 de febrero de 2014

¿Cómo describirlo?

¿Cómo se expresa con palabras un sentimiento desnudo, hondo y penetrante?
¿Cómo se escribe eso?
He llegado a la conclusión de que puede hacerse, pero no es lo mismo que entenderlo, sentirlo.
La ira en la garganta.
El ansia abrasadora.
La alegría inesperada.
Se sienten y punto.

domingo, 9 de febrero de 2014

La sinfonietta de Janácek

Momentos mágicos. Inefables sensaciones. Sueños inderrumbables. Promesas contruidas. Planes improvisados. Abrazos y caricias. Cosquillas y risas. Charlas interminables.

sábado, 8 de febrero de 2014

Está todo lleno de aliños.

Más allá del título, que hace referencia a algo que jamás se me olvidará, por ser una expresión estrambótica y que expresa la dificultad del raciocinio, es una frase llena de significados múltiples.
Es una toda una medusa lógica.

viernes, 7 de febrero de 2014

Esferas cúbicas.

Los mejores conceptos no son los sinonímicos, los luxados, los comunes.
Son los extravagantes, los antónimos imposibles, imperecederos en la memoria. Lo que impacta.
Lo único y raro gusta. No sé si por exotismo o por ser precisamente singular.
Pensando en la citocinesis, vuelvo a rallarme con la misma cavilación.
Pienso e intento no pensar al mismo tiempo, pero apagar las luces de la mente es demasiado complicado.
Es en lo que parece a priori inverosímil aunque sucede y es demostrable donde está lo chocante.
Es grotesco a más no poder.

Can´t fight biology.

La biología es determinante de la manera en que vivimos. Desde el momento en que nacemos, sabemos cómo respirar, cómo comer, cómo orinar, cómo dormir...
A medida que crecemos, aparecen nuevos instintos.
Nos transformamos en territoriales, aprendemos a realizar la ardua tarea de la competencia, a cómo buscar refugio.
Y lo más importante de todo es que nos reproducimos, o lo intentamos.
Aunque a veces la biología pueda ponerse en nuestra contra.
Sí, la biología también apesta algunas veces.
La biología determina que seamos quienes somos desde que nacemos, desde que somos creados.
Es como si nuestro ADN estuviese escrito en una piedra inalterable, explicándonos todo (o casi) de lo que somos. Pero no es así.
La genómica no nos explica del todo. Somos humanos, la vida nos cambia.
Desarrollamos otros rasgos nuevos, dejamos de ser territoriales, utilizamos los errores como aprendizaje e incluso tenemos la capacidad de hacer frente a nuestros miedos.
Para bien o para mal, encontramos atajos, formas de burlarnos e ir más allá de nuestra propia biología.
El posible riesgo es cambiar demasiado hasta no reconocernos e ignorar esa biología que debería dominarnos y que no lo hace, ya sea por cultura o por nuestra propia mente.
Pero encontrar el camino de vuelta es fácil. No hay brújula ni mapa que valga.
Tan sólo tenemos que cerrar los ojos y dar un paso y otro y otro, y dejar que lo innato, lo instintivo nos engulla, ahogando así en el silencio los balbuceos racionalmente "sensatos" de nuestra mente.

Tiempo.

El hombre sólo hace espacios. El tiempo le viene dado y se le impone.
Los lados del hombre, las columnas y las formas, son su perspectiva de mirar las cosas, su perplejidad.
Tal vez si pudiera crear o manipular el tiempo podría cambiar su forma de ver, de sentir.
Y por eso el tiempo es nuestro peor enemigo: porque es el único que jamás se doblegará ante nuestros deseos. Nunca se alterará, pese a nuestros debacles o inútiles súplicas. Sucedemos en el tiempo. Existimos en un marco. Estamos encajados en algo que no sabemos ni siquiera qué es.
Y nos parece que su velocidad, su ritmo, es relativamente pausado aunque a medida que crecemos con frecuencia nos percatamos de que estamos muy equivocados, que pasa demasiado fugazmente. Que somos efímeros.
Y por ello es por lo que se le concede importancia a la propia existencia.
El tiempo corre infinito mientras esperamos a que pase.

Siempre es posible que el mar inunde la ola.

Es muy cierto aquello de que dejarse llevar es adrenalina pura.
Sin pensar. Sin opciones.
Sólo hacer lo que te apetezca llevado por el momento.
Dejar que lo inconstante vaya, variablemente, de tu mano.
Si abrimos los dedos, la mente y simplemente nos dejamos llevar...se puede sentir como si en cualquier momento pudiéramos hacer cualquier cosa, como si a antojo, las cosas sencillamente se viviesen sin más.
Y una vez se hace eso, te la suda todo. Incluso tú mismo.
Hay que dejarse arrastrar por la corriente de la vida y el percibir, y ser un poco menos Haud degere horae (lo que viene a ser en latín tener un coñazo de vida) y un poco más Carpe Diem.

El amor.

La margarita sacó conclusiones
y decidió estrangular sus hojas:
Amarrarlas una a una,
cortarlas,
y lamentar su espaciada muerte
sazonada por la curiosidad innata
de la que arriesga su belleza.
                                H. Caulfield.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Mi generación.

Mi generación se escribe
sin ¡oh! admirativo.
No oculta nada
en sus ojos jóvenes.
Ni le retan todavía
los achaques persistentes.
No escriben, ni cantan,
ni dibujan caracolas en el aire.
No toman whiskey ni bailan
en las horas que consagran a los demás.
Mi generación se escribe
sin verso que la caze.
Como el gentil gazapo
que se escapa de los trances.
No se habla de trabajo
ni de mujeres loables.
No se trata de dinero
ni de pollas en vinagre.

Mi generación no dice no
ni yo tampoco lo escribo.

lunes, 3 de febrero de 2014

Perspectiva.

Anoche me costó muchísimo más de lo normal dormirme.
Tras realizar mi ritual inquebrantable de leerme unas páginas de un libro, pensé que ya hora de cerrar los ojos y descansar.
El de hoy amenazaba con ser un día largo.
Sin embargo, no pude sino revolverme en mi cama, enredándome con las sábanas y con mis pensamientos. La gente que me conoce sabe que la noche es para mi un momento para cavilar.
Ante la negativa de mi cerebro a dormir, cogí otra vez el libro y traté de distraerme. Con todo, el proceso se repitió: cerrar el tomo y apagar la luz.
A los dos minutos volvía a tener los ojos como platos y la cabeza llena de meditaciones.
Pensé. Pensé en el sentido más contundente del verbo.
Pensé muchas cosas: futilidades varias, asuntos importantes y coseché y deseché ideas y conceptos, como el que come pipas (las saboreas, las chupas, las partes y te las comes tirando la cáscara).
Pensé en el presente, en el pasado...
Pensé en definitiva mucho. Demasiado, quizá. Pero entre tanto tema de pensamiento tan dispar, había algo en común en la manera de pensarlos.
Y es que la perspectiva desde la que se miran las cosas es muy importante. ¿A qué me refiero? Pondré un ejemplo tonto: yo cuando pienso en la madrugada cuando no encuentro forma humana de dormirme, adopto una actitud muy pesimista.
Ayer pensé en el día de hoy, un lunes. Vuelta a la universidad, con una hora extra de clase y prácticas. Se me hacía todo pesado, tedioso, agobiante.
Y para más inri, como no estaba durmiendo, a la mañana siguiente estaría más cansada y el día sería aún más duro.
Pero...¡magia! esta mañana he amanecido bien, no demasiado fatigada, dispuesta a ir a clase. Todo lo que esperaba que no iba a pasar cuando pensaba en ello pocas horas antes.

¿No resulta curioso cómo un mismo hecho puede cambiar según de qué manera se enfoque? Además no son cambios tontos, no.
Según desde que perspectiva se observen las cosas, cambian de forma radical.
Entonce si tanto cambian los asuntos bajo distintas perspectivas,
¿por qué no tomamos siempre el optimismo y positivismo como patrones?
La respuesta es muy sencilla: porque somos un poco gilipollas. Al menos a veces.
Es una necedad y es difícil generalizar en estos casos porque cada cual tiene su forma de afrontar las cosas, pero sí que hay parte de verdad en afirmar que hay una forma popular de abordar lo que sucede de forma depresiva, esto es, cuando nos pasa algo malo, nos cerramos en banda como un bivalvo en esa putada que nos ha ocurrido y somos incapaces de ver lo bueno que nos rodea. Nos obcecamos en lo malo. Nos regodeamos en ello, focalizamos nuestra atención en ese dolor, en esa desazón o en esa contrariedad y nos enclaustramos ahí, bloqueados.
¿Y todo esto para qué lo digo yo? Pues porque quizá alguien pueda pensar que el optimismo y esta forma de pensar es malo por aspirar hacia lo utópico, que es imposible de llevar a cabo o que es una sandez rayana en el disparate.
No digo que lo tenga que hacer la gente, sólo que puede adoptarse. Yo lo hago en la medida que puedo y funciona. Puede haber algo bueno en lo que pasa en vuestras vidas, incluso aunque sea terrible. Yo particularmente me niego a arriesgarme a perderlo por por tozudez y pesimismo, que no llevan a ninguna parte.
Creo que no cuesta tanto buscar una nueva perspectiva y ver con otros ojos las cosas.

domingo, 2 de febrero de 2014

Dichosos folios en blanco.

El folio en blanco, desgraciadamente, forma parte de nuestras vidas.
De una manera u otra, siempre acabamos lidiando con él, sea escribiendo una poesía, haciendo un dibujo, realizando un examen, escribiendo un blog...ahí está inevitablemente.
Y no podemos soportarlo.
No podemos soportar el vacío que consigo lleva y arrastra.
Nos desespera. O al menos, a mí sí.
Algo así sentían los artistas barrocos (si no recuerdo mal) con todo aquello del horror vacui. 
¿Por qué tenemos esta fobia arraigada al vacío? ¿Por qué no podemos dejar el folio en blanco y santas pascuas? Francamente, no lo sé.
Tal vez queramos demostrar que estamos vivos, que poseemos un mundo interior. Yo que sé, algo habrá.
Quizá es otro de los enigmas del comportamiento humano que aceptamos porque son así, sin buscarle más explicación.
Lo único que tiene de bueno la hoja en blanco es que casi siempre al final deja de estar vacía.
Y cuando eso ocurre, es una sensación maravillosa, porque es entonces cuando has logrado vencer a ese maldito folio prepotente.


Pequeños detalles.

Me refiero a esas manías que constituyen sin que nos demos cuenta nuestro día a día.
No son nada trascendental, son cosas que hacemos o decimos y que, probablemente, si no las hiciéramos, la vida seguiría su curso sin problema alguno.
Cosas como meternos en la cama y quitarnos dentro los calcetines, teniendo los pies libres por fin del asfixiante yugo de la tela en la que pasan embutidos todo el día, para luego rozarlos con la sábana.
Ver una serie o una película tranquilamente después de comer y quedarte dormido sin percatarte.
Cantar a pleno pulmón bajo la lluvia personal de tu ducha, como aquel I´m singing in the rain pero en cutre.
Pasar las hojas de un periódico, libro o revista sin prestar atención, buscando nada en particular, perdido en la divagación mental.
Ver un vídeo divertido o curioso en Youtube que te pasa algún amigo.
Contar un chiste o hacer una coña y que a todos les haga gracia.
Que te acaricien la espalda después del sexo.
El cálido recibimiento que te da tu mascota nada más entrar en casa.
La formidable y única sensación de dormirse con el pelo mojado...
No son grandes cosas, pero tampoco son tonterías. Como he dicho, son pequeños detalles que estructuran de una forma u otra nuestra rutina y que nos deleitan además por ser íntimos.
A veces (muchas veces) ni nos damos cuenta de que los realizamos o los tenemos, ni de que nos gustan tanto. Y cuando no los tenemos es cuando los echamos de menos, como tantas otras cosas en la vida.
Está muy bien pensar en las cosas importantes, en los dilemas esenciales, en aquellos asuntos que sabemos serán vitales en nuestra existencia. Pero, ¿qué hay de esto otro?
Yo invito a cuidar las pequeñas cosas, a preservar y apreciar los detalles.
Porque la vida sin ellos sería como una ensalada sin condimentos:  
insípida y aburrida.

sábado, 1 de febrero de 2014

Lo que está por llegar.



Mi andadura por esta senda es breve.largo camino;
ora pedregoso, ora florecido;
me es ignoto, y mi presencia es leve.
Dibujo mi destino
conforme paseo sin rumbo fijo.
Miro hacia atrás, suspiro.
Peluches, arena, balones, nieve…
Recuerdos infantiles…
Miro adelante: llueve.
Se ensombrece, al final, el sendero.
Arrecia el aguacero;
miro, pero no veo.
Mi inexperta vista no lo distingue…
Me giro, allí siguen
mis escasas experiencias pasadas.
¿Son tan pocas? No sé
¿Suficientes? Tal vez
¿Querría tener más? Tampoco sé.
Sé, tan solo, tontadas.
Sé que lo que quiero en el mundo es saber
y que, después, sabré.
Después: cuando hayan pasado los años
conforme me haga vieja…
Entonces sí sabré.
Pero ahora es ahora. Es distinto.
Pensar en el futuro me hará daño.
Ahora toca seguir el instinto.
Ahora sé que existo
¿Y mañana? Quién sabe… 

Personas.

Leí ayer mismo un texto de lo más curioso de un tal Jorge Wagensberg, en el que éste reflexionaba sobre el sujeto y su existencia en el mundo. En este escrito, un fragmento del libro A más cómo, menos por qué analizaba la nimia existencia de cada sujeto en relación con el universo que le rodea; si bien es cierto que cada ser concibe el universo de forma distinta, cada uno tiene su mundo, solemos decir.
Por tanto de una forma más subjetiva la inmensidad del cosmos pasa a un segundo plano, focalizándose la importancia en lo que cada uno piense, lo que cada persona viva.
Y es que las personas son algo vital para la existencia de uno mismo. Puede sonar redundante, porque cada uno de nosotros somos una persona. Si no hay persona, no hay yo. Y si no hay yo, me importa un carajo qué coño haya externo a mí, porque no existo. Pero no me refiero a eso.
Pongo un ejemplo (bastante empleado, por cierto, en clases de filosofía): ¿sería yo el mismo individuo si mis dieciocho años de vida los hubiera pasado en una isla desierta en vez de en la civilización? Más aún, ¿sería mi vida y mi persona distintas si aún viviendo en sociedad, las personas que me rodearan fueran otras? Evidentemente, estos supuestos son imposibles de verificar. No tengo dos vidas, no puedo dividir mi existencia en dos y que cada uno de mis "yos" (o yoes, como se diga) viva vidas diferentes.
Pero aún así me atrevo a afirmar que no: no sería la misma persona en esas dos existencias paralelas.
Y es que, al menos para mi, las personas que a uno le rodean son, si no el más, uno de los factores más importantes de la estructuración del individuo. Para mi Ortega no pudo afinar más con el concepto de circunstancia. Lo que somos no es fruto de una decisión libre nuestra, sino de los demás.
Eso escapa nuestro control. Lo que nos define no es sólo fruto de nuestras decisiones personales.
Y es que es así, nos guste o no, a pesar de tener rasgos personales innatos, nuestros hábitos y comportamientos, carácter y demás historias están íntimamente vinculados a factores externos, un lugar, una gente, una cultura.
E insisto, las personas constituyen un engranaje clave en ese desarrollo personal de cada uno, de forma directa o indirecta.
¿A qué me refiero con eso último? Pues que hay personas que te afectan de forma directa (familia, amigos, novios..), pero que tal vez alguien te afecte indirectamente de manera muy concreta aunque no se encuentre entre tus personas más cercanas.
Un ejemplo para ilustrar lo que digo es sin más una charla chocante de un profesor a cerca del futuro de sus alumnos. Quizá incluso sea la única vez que escuches a esa persona, pero te puede inculcar algo impresionante, alguna cosa de la que no te habrías percatado jamás. Y consecuentemente, cambiarte por dentro.
De alguna manera esta forma indirecta es experiencia externa e interna: aunque tú no lo vivas, también aprendes de ello.
A lo que quiero llegar es a esa importancia que tienen las personas.
Crean tu microecosistema, y bien es sabido que con cada componente, ya sea fauna o flora, hay que tener cuidado porque puede arrasar con el resto, y derrumbar el ecosistema.
Por ello no hay que dejar escapar a aquellas personas importantes que ya conocemos, hay que ser abiertos aunque cautelosos a los que vengan (nunca se sabe que te podrán aportar) y atender a lo nuevo que pueden aportarte las personas que ya conoces, por mucho que las trates.
Y aunque esta última petición vaya a sonar a evangelio, hay que querer a los que nos quieren.
Nada más.

La mierda es necesaria.

Hace dos semanas, a lo largo de todos los días fueron muchas las veces en las que pensé: mierda. Repetí en mi fuero interno esta palabra. Frases como: "todo esto es una puta mierda" u "odio esto, es una mierda".
Y es que esa semana fue bastante asquerosa.
Pero dejando a un lado los detalles de por qué fue así (que son irrelevantes), y palabrotas a parte, me dije: habrá gente para la que habrá sido la semana de sus vidas, personas que hayan gozado de una semana maravillosa mientras las fuerzas del universo, el karma o cualquier otra gilipollez hicieron de mi semana un desastre.
Lo que quisiera resaltar de esto es que, mal que pese, este tipo de temporadas han de sobrevenirnos.
Si nuestra vida fuese un camino constante de flores primaverales, no sabríamos reconocer o apreciar los buenos momentos. Tenemos que vivir situaciones adversas, angustiosas, o simplemente desagradables para vivir con alegría de vez en cuando. 
Porque si no, no viviríamos. Existiríamos, pero no viviríamos realmente. 
Así que en estas ando yo, esperando ese buen momento tras una mala racha. Estoy en la calma que impera tras la tormenta, aguardando a que salga el Sol.

Nada de nada.

Al final he caído. No he encontrado manera posible de eludir la maldición.
Me ha alcanzado y ya no hay vuelta atrás. Y aunque trato de zafarme, sus garras me aprisionan violentamente sin dejarme escapatoria posible.
Al final he caído presa del síndrome de bloguera llorica.
Todo bloguero tiene al menos una entrada en la que lloriquea por no tener nada sobre lo que escribir.He tratado de huir, lo prometo, pero supongo que era inevitable que me tocara.
Efectivamente, estoy totalmente en blanco.
No se me ocurre nada sobre lo que escribir.
Si dijera que he estado ocupada, estaría diciendo la verdad a medias (que para el caso, patatas del huerto). Sencillamente no he tenido la capacidad de sentarme con el portátil a escribir.
Dicen por ahí que si no hay nada que decir, mejor callarse.
Podría haber escrito algo banal, pero ¿qué iba a hacer? ¿escribir entradas sin sentido? ¿publicar las últimas gilipolleces que he hecho?
No, probablemente esas entradas serían una basura. Tampoco es que sea precisamente una premio planeta, pero aunque las cosas que escribo sean malas siempre pueden ser peores. Podrían ser una soberana mierda.
Nada. Este es el tema de la entrada. Absolutamente nada (|nada|, que escribirían los matemáticos).
Lo que me sale de la cabeza sin depurar, sin filtro, sin un orden lógico, cohesión o estructura.
Lo dicho, nada de nada.

Obstrucción cerebral.

Tener muchas ganas de escribir y que no te salga lo que llevas dentro, teclear esas palabras que arman barullo en tu interior y que da la sensación de que quieren salir, es muy putada.
Es, buscando un símil de comodín para quien no escriba, como cuando en un examen te hacen una pregunta y sabes exactamente de que va y en qué parte de los apuntes o del libro estaba, pero no te salen las palabras, no te acuerdas de cuáles eran. Te atascas y de ahí no sales. 
Y esa angustia que se te mete en todos los tejidos de tu cuerpo persiste durante y posteriormente, hasta que después acabas recurriendo a mirarlo en donde se supone que estaba para satisfacer y rellenar esa oquedad que parece que se ha formado en tu mente.
Pero cuando quieres y te apetece escribir algo y tienes el gusanillo y no te sale es aún peor, porque no puedes sacar esos pensamientos exprimiéndote las neuronas hasta hacer un zumo disperso o mirándolo en algún sitio. Has de solucionar el problema y escribir cualquier gilipollez como esta hasta que la musa (que antes ya notabas inspirada) se decide a hacerte vislumbrar qué coño estabas pensando exactamente.
Pero no siempre ocurre así y hay veces que te obturas, tu mente se ocluye y el corcho que tapa la botella hace imposible que la descorches. Es como cuando tienes una congestión nasal de la hostia y por mucho que te suenes, apenas te salen mocos. Tu mente está encallada, varada y anclada a la playa.
Y entonces se siente mucha frustración, porque no hay nada como eso para joderte un día que tenía la potencialidad de ser perfecto.