El folio en blanco, desgraciadamente, forma parte de nuestras vidas.
De una manera u otra, siempre acabamos lidiando con él, sea escribiendo una poesía, haciendo un dibujo, realizando un examen, escribiendo un blog...ahí está inevitablemente.
Y no podemos soportarlo.
No podemos soportar el vacío que consigo lleva y arrastra.
Nos desespera. O al menos, a mí sí.
Algo así sentían los artistas barrocos (si no recuerdo mal) con todo aquello del horror vacui.
¿Por qué tenemos esta fobia arraigada al vacío? ¿Por qué no podemos dejar el folio en blanco y santas pascuas? Francamente, no lo sé.
Tal vez queramos demostrar que estamos vivos, que poseemos un mundo interior. Yo que sé, algo habrá.
Quizá es otro de los enigmas del comportamiento humano que aceptamos porque son así, sin buscarle más explicación.
Lo único que tiene de bueno la hoja en blanco es que casi siempre al final deja de estar vacía.
Y cuando eso ocurre, es una sensación maravillosa, porque es entonces cuando has logrado vencer a ese maldito folio prepotente.
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