Leí ayer mismo un texto de lo más curioso de un tal Jorge Wagensberg, en el que éste reflexionaba sobre el sujeto y su existencia en el mundo. En este escrito, un fragmento del libro A más cómo, menos por qué analizaba la nimia existencia de cada sujeto en relación con el universo que le rodea; si bien es cierto que cada ser concibe el universo de forma distinta, cada uno tiene su mundo, solemos decir.
Por tanto de una forma más subjetiva la inmensidad del cosmos pasa a un segundo plano, focalizándose la importancia en lo que cada uno piense, lo que cada persona viva.
Y es que las personas son algo vital para la existencia de uno mismo. Puede sonar redundante, porque cada uno de nosotros somos una persona. Si no hay persona, no hay yo. Y si no hay yo, me importa un carajo qué coño haya externo a mí, porque no existo. Pero no me refiero a eso.
Pongo un ejemplo (bastante empleado, por cierto, en clases de filosofía): ¿sería yo el mismo individuo si mis dieciocho años de vida los hubiera pasado en una isla desierta en vez de en la civilización? Más aún, ¿sería mi vida y mi persona distintas si aún viviendo en sociedad, las personas que me rodearan fueran otras? Evidentemente, estos supuestos son imposibles de verificar. No tengo dos vidas, no puedo dividir mi existencia en dos y que cada uno de mis "yos" (o yoes, como se diga) viva vidas diferentes.
Pero aún así me atrevo a afirmar que no: no sería la misma persona en esas dos existencias paralelas.
Y es que, al menos para mi, las personas que a uno le rodean son, si no el más, uno de los factores más importantes de la estructuración del individuo. Para mi Ortega no pudo afinar más con el concepto de circunstancia. Lo que somos no es fruto de una decisión libre nuestra, sino de los demás.
Eso escapa nuestro control. Lo que nos define no es sólo fruto de nuestras decisiones personales.
Y es que es así, nos guste o no, a pesar de tener rasgos personales innatos, nuestros hábitos y comportamientos, carácter y demás historias están íntimamente vinculados a factores externos, un lugar, una gente, una cultura.
E insisto, las personas constituyen un engranaje clave en ese desarrollo personal de cada uno, de forma directa o indirecta.
¿A qué me refiero con eso último? Pues que hay personas que te afectan de forma directa (familia, amigos, novios..), pero que tal vez alguien te afecte indirectamente de manera muy concreta aunque no se encuentre entre tus personas más cercanas.
Un ejemplo para ilustrar lo que digo es sin más una charla chocante de un profesor a cerca del futuro de sus alumnos. Quizá incluso sea la única vez que escuches a esa persona, pero te puede inculcar algo impresionante, alguna cosa de la que no te habrías percatado jamás. Y consecuentemente, cambiarte por dentro.
De alguna manera esta forma indirecta es experiencia externa e interna: aunque tú no lo vivas, también aprendes de ello.
A lo que quiero llegar es a esa importancia que tienen las personas.
Crean tu microecosistema, y bien es sabido que con cada componente, ya sea fauna o flora, hay que tener cuidado porque puede arrasar con el resto, y derrumbar el ecosistema.
Por ello no hay que dejar escapar a aquellas personas importantes que ya conocemos, hay que ser abiertos aunque cautelosos a los que vengan (nunca se sabe que te podrán aportar) y atender a lo nuevo que pueden aportarte las personas que ya conoces, por mucho que las trates.
Y aunque esta última petición vaya a sonar a evangelio, hay que querer a los que nos quieren.
Nada más.
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