Me refiero a esas manías que constituyen sin que nos demos cuenta nuestro día a día.
No son nada trascendental, son cosas que hacemos o decimos y que, probablemente, si no las hiciéramos, la vida seguiría su curso sin problema alguno.
Cosas como meternos en la cama y quitarnos dentro los calcetines, teniendo los pies libres por fin del asfixiante yugo de la tela en la que pasan embutidos todo el día, para luego rozarlos con la sábana.
Ver una serie o una película tranquilamente después de comer y quedarte dormido sin percatarte.
Cantar a pleno pulmón bajo la lluvia personal de tu ducha, como aquel I´m singing in the rain pero en cutre.
Pasar las hojas de un periódico, libro o revista sin prestar atención, buscando nada en particular, perdido en la divagación mental.
Ver un vídeo divertido o curioso en Youtube que te pasa algún amigo.
Contar un chiste o hacer una coña y que a todos les haga gracia.
Que te acaricien la espalda después del sexo.
El cálido recibimiento que te da tu mascota nada más entrar en casa.
La formidable y única sensación de dormirse con el pelo mojado...
No son grandes cosas, pero tampoco son tonterías. Como he dicho, son pequeños detalles que estructuran de una forma u otra nuestra rutina y que nos deleitan además por ser íntimos.
A veces (muchas veces) ni nos damos cuenta de que los realizamos o los tenemos, ni de que nos gustan tanto. Y cuando no los tenemos es cuando los echamos de menos, como tantas otras cosas en la vida.
Está muy bien pensar en las cosas importantes, en los dilemas esenciales, en aquellos asuntos que sabemos serán vitales en nuestra existencia. Pero, ¿qué hay de esto otro?
Yo invito a cuidar las pequeñas cosas, a preservar y apreciar los detalles.
Porque la vida sin ellos sería como una ensalada sin condimentos:
insípida y aburrida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario