Anoche me costó muchísimo más de lo normal dormirme.
Tras realizar mi ritual inquebrantable de leerme unas páginas de un libro, pensé que ya hora de cerrar los ojos y descansar.
El de hoy amenazaba con ser un día largo.
Sin embargo, no pude sino revolverme en mi cama, enredándome con las sábanas y con mis pensamientos. La gente que me conoce sabe que la noche es para mi un momento para cavilar.
Ante la negativa de mi cerebro a dormir, cogí otra vez el libro y traté de distraerme. Con todo, el proceso se repitió: cerrar el tomo y apagar la luz.
A los dos minutos volvía a tener los ojos como platos y la cabeza llena de meditaciones.
Pensé. Pensé en el sentido más contundente del verbo.
Pensé muchas cosas: futilidades varias, asuntos importantes y coseché y deseché ideas y conceptos, como el que come pipas (las saboreas, las chupas, las partes y te las comes tirando la cáscara).
Pensé en el presente, en el pasado...
Pensé en definitiva mucho. Demasiado, quizá. Pero entre tanto tema de pensamiento tan dispar, había algo en común en la manera de pensarlos.
Y es que la perspectiva desde la que se miran las cosas es muy importante. ¿A qué me refiero? Pondré un ejemplo tonto: yo cuando pienso en la madrugada cuando no encuentro forma humana de dormirme, adopto una actitud muy pesimista.
Ayer pensé en el día de hoy, un lunes. Vuelta a la universidad, con una hora extra de clase y prácticas. Se me hacía todo pesado, tedioso, agobiante.
Y para más inri, como no estaba durmiendo, a la mañana siguiente estaría más cansada y el día sería aún más duro.
Pero...¡magia! esta mañana he amanecido bien, no demasiado fatigada, dispuesta a ir a clase. Todo lo que esperaba que no iba a pasar cuando pensaba en ello pocas horas antes.
¿No resulta curioso cómo un mismo hecho puede cambiar según de qué manera se enfoque? Además no son cambios tontos, no.
Según desde que perspectiva se observen las cosas, cambian de forma radical.
Entonce si tanto cambian los asuntos bajo distintas perspectivas,
¿por qué no tomamos siempre el optimismo y positivismo como patrones?
La respuesta es muy sencilla: porque somos un poco gilipollas. Al menos a veces.
Es una necedad y es difícil generalizar en estos casos porque cada cual tiene su forma de afrontar las cosas, pero sí que hay parte de verdad en afirmar que hay una forma popular de abordar lo que sucede de forma depresiva, esto es, cuando nos pasa algo malo, nos cerramos en banda como un bivalvo en esa putada que nos ha ocurrido y somos incapaces de ver lo bueno que nos rodea. Nos obcecamos en lo malo. Nos regodeamos en ello, focalizamos nuestra atención en ese dolor, en esa desazón o en esa contrariedad y nos enclaustramos ahí, bloqueados.
¿Y todo esto para qué lo digo yo? Pues porque quizá alguien pueda pensar que el optimismo y esta forma de pensar es malo por aspirar hacia lo utópico, que es imposible de llevar a cabo o que es una sandez rayana en el disparate.
No digo que lo tenga que hacer la gente, sólo que puede adoptarse. Yo lo hago en la medida que puedo y funciona. Puede haber algo bueno en lo que pasa en vuestras vidas, incluso aunque sea terrible. Yo particularmente me niego a arriesgarme a perderlo por por tozudez y pesimismo, que no llevan a ninguna parte.
Creo que no cuesta tanto buscar una nueva perspectiva y ver con otros ojos las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario