Una vez escuché una conversación entre un viejecito y una farola.
El viejecito le comentaba que no soportaba que las cosas tuviesen que tener un sitio. Comprendía que asignar un sitio a cada cosa es útil si necesitas encontrarla, pero dijo que él jamás dejaba las llaves en el mismo sitio, ni guardaba los tenedores con los tenedores ni los vasos con los vasos.
Tampoco tenía un cajón para los calcetines ni un vaso donde dejar el cepillo de dientes.
Nada tenía su sitio.
Durante toda mi vida, he tenido la impresión de que podía convertirme en una persona distinta. Pero, al final, por más que me alejara, mis carencias seguían siendo las mismas. En cierto sentido, esas carencias son, en sí mismas, lo que soy
domingo, 17 de mayo de 2015
sábado, 2 de mayo de 2015
La futilidad de la muerte.
Por qué tenía que morir el macizo?
Parecerá una gilipollez, pero eso me ha hecho plantearme lo absurdo de la muerte, que se dibuja y rellena sus trazos con una tinta grotesca, burlona e incompresible.
Parecerá una gilipollez, pero eso me ha hecho plantearme lo absurdo de la muerte, que se dibuja y rellena sus trazos con una tinta grotesca, burlona e incompresible.
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