miércoles, 16 de abril de 2014

Soy lectora.

No soy filósofa. Soy lectora.
Antes se estudiaba filosofía y letras, ahora ya sólo filosofía, lo cual supone un cierto vacío cultural, una formación que personalmente valoro insuficiente.
Qué demonios, siempre puedo ponerme a hacer un tercer grado cuando termine esta odisea de hacer dos grados tan dispares al mismo tiempo, que me está costando un esfuerzo tremendo llevar a cabo con éxito.
Supongo que me lo merezco por haber sido tan vaga como para no querer hacer el BI. 
Ahora estoy realizando un trabajo agotador. Pero al irme a la cama después de haber tenido que estar en un mismo día entre dos universidades con un titánico horario de 15 horas, caigo por supuesto cansada con la ropa de ese día puesta, pero muy satisfecha.
Es una aventura, son conocimientos distintos pero correlacionados.
La biología. La filosofía.
Lo que más debería impartirse y reflexionarse este siglo.
Admito que me he lanzado a la aventura. Que estoy un poco loca por cursar 120 créditos. Que duermo poco. Que hay días que tras una jornada especialmente larga tengo que irme a trabajar para poder seguir haciendo y aprendiendo mis dos pasiones.
La gente no lo entiende. Me creen valiente y demente.
Y por eso me fastidia enormemente el hecho de que, a pesar de mi empeño, de mi afán por hacer los dos grados satisfactoriamente, considero que mi formación es incompleta.
En biología me faltan cosas, me falta ánimo, más horas de laboratorio, más seminarios inspiradores.
En filosofía me veo coartada. No leemos a los grandes poetas. Es una filosofía en cierto modo deshabitada, deshumanizada, como la que habita las mentes de muchas personas. Yo soy la que debe impulsarse a sí misma para leer y leer y no parar de leer todo tipo de obras, sin guía alguna, buscando pautas, ejemplos, filosofías imbricadas en la prosa o en la lírica.
Pero yo no filosofo, no pienso mis propias ideas, sino que hago un repensar, un refrito escaso de las ideas de otros muchos.
Leo y leo, y pienso aquello que leo. Y lo vuelvo a leer. 
Pero no hago mi filosofía y eso es algo que no estoy aprendiendo, que noto que me falta, aunque jamás lo haya tenido.


domingo, 6 de abril de 2014

Notas marginales.

Ya no se lee con el bolígrafo cerca, dispuesto a trazar líneas y palabras.
Se ha perdido eso que Steiner llama la lectura como acción. Acción que comprendería el anonimato, la soledad, el silencio, una forma de encerrarse en el libro, que el lector reescribe a su modo, dejando sus ideas e impresiones sobre este para siempre en los márgenes.
Siempre he sido de la opinión de que un libro carente de notas marginales denota un lector inexistente y que los libros tienen que estar manchados de letras en esos espacios libres y aislados que deja la caja del texto.

sábado, 5 de abril de 2014

Ecce Homo.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?
Esta pregunta es el significado real de la expresión nietzscheana ecce Homo. 
La verdad es que esto de que haya filósofos, o que alguien pueda sentirse filósofo supone previamente una gran dificultad.  Nietzsche lo dice bien claro en su Ecce Homo: el objetivo de sus diatribas, de su lucha, de su impugnación, es la moral. Y milagrosamente escribe esto dos semanas antes de despedirse definitivamente del mundo y, por extensión, de la vida. Su ecce Homo no puede entenderse más que como una despedida.
La filosofía no puede ser un inicio si previamente no se ha vivido. La moral había sido la resistencia.
Me he percatado que ni siquiera yo misma estudio para filósofa en sentido estricto. Un tipo como Nietzsche lo tendría hoy complicado, como se observa por el desarrollo de su propio discurso, pues constantemente se ejercita en la textualidad del sí mismo. Hoy, paradójicamente, hay más censores que filósofos.
No sé hasta que punto es admisible la aceptación de esta maquinaria de especialistas en filosofía que escriben de los filósofos sin percibir que, mientras que ellos se dieron para sí una vida en la que generalmente se dedicaron a otras actividades mientras pensaban, los nuevos "filósofos" los explican sin que suceda nada dentro de sus cuerpos (y tomo el cuerpo aquí del modo en que lo percibió Merleau-Ponty).
A ver, claro está que un individuo que es capaz de empezar así una confesión preguntándose por qué es tan sabio, por qué es tan inteligente, por qué escribe tan buenos libros, por qué es un destino, no podía tener por fuerza muchos amigos.
Cuando Hannah Arendt comienza diciendo en su ensayo de la voluntad que ésta no era para los clásicos más que una ilusión, un órgano mental para el futuro, sabe perfectamente que todo el pensamiento nietzscheano se apoya en esta batalla entre realidad y ficción.
Nietzsche comenzaría pronto a construirse él mismo un proyecto de futuro, es decir, un proyecto de voluntad, de manera que su voluntad de poder acabaría siendo el énfasis de sus parábolas, de su dimensión poética, de su tragicidad. Esa voluntad era la ficción, era su ficción. No conozco de momento ni un sólo texto nietzscheano que carezca de la verosimilitud de la ficción.
En un momento de gran lucidez (el gran matiz de toda locura), se pregunta cómo se llega a ser lo que se es.
Y ahí es donde pone a colación el dicho clásico del conócete a ti mismo frente a la disciplina del sí mismo. 
Aún así, pese a su diatriba con los filósofos, especialmente con Schopenhauer, es fácil dar con ese origen de la ficción, del deseo y de la voluntad de poder si recordamos algunas pecias en los tramos sumergidos del principal romanticismo: a Schiller, que dice que la voluntad tiene, en tanto que fundamento de la realidad, poder sobre la razón y la sensualidad; a Schopenhauer, que sostiene que el Ser más allá de las apariencias es voluntad; a Friedrich Schelling, que añade que no hay otro ser que la voluntad.
Nietzsche, como bien explica Steiner, no pudo entenderlo todo, ni siquiera la procedencia teatral del Tristán e Isolda de Wagner, aunque sí admitir que la caída de los dioses había sido producida por la improcedente injerencia de los textos de la tragedia, un teatro puro y musical.
Veo esto en las reediciones o descubrimientos de los textos de Nietzsche. La filosofía, como he incidido antes y como él mismo explicó, no es algo que sólo se escriba, sino que es algo que también se vive.
Aunque evidentemente esto se puede decir también de los pintores que se ciegan ante las apariencias o de los escritores que carecen de biografía. Hay gente que directamente vive en el fracaso, porque no se han hecho esta pregunta: ¿cómo he llegado a ser lo que soy? ¿Por qué soy el hombre más inteligente del mundo? ¿Por qué escribo tan buenos libros?, sin saber que el fracaso es otra cosa, otro Nietzsche, otra demolición.

viernes, 4 de abril de 2014

Miradas.

Cuando le miro hay un sobreentendimiento mutuo.
Mirarle sumergiéndome en sus ojos está más allá de las palabras.
Es como si tuviese una trascendencia inefable, como si mirándole le comunicase algo que no sé muy bien qué es.
Pero él sabe que lo hago, que cuando le miro algo se remueve en mi interior.
Simplemente se intuye.

jueves, 3 de abril de 2014

La defensa de las ideas individuales.

Vivimos en el terror, porque ya no es posible la persuasión, porque ya no podemos recobrar la belleza del mundo, porque vivimos en el mundo de la abstracción, de las oficinas y de las máquinas, de las ideas absolutas y del mesianismo sin matices.
Nos ahogamos entre esa gente que cree poseer la razón absoluta, ya sea con sus máquinas o con sus ideas.
Ese silencio es significativamente el fin del mundo tal y como se conocía.
Hoy somos una ingente masa de hombres a los que se les imponen una serie de ideas.
El miedo tampoco es un clima adecuado para una realmente buena reflexión. La vida humana ha sido siempre una auténtica fruslería, una futilidad.
Verdaderamente, ¿cuál es peor cárcel, la que te priva de tu libertad física o la que te expropia tu libertad mental?
Me decanto por responder que el circo carcelario mundial que te priva de ideas propias, criando a la gente como se cría a perros de raza (condicionando conductas y pensamientos) es muchísimo peor.
Pero ojo, ésta es sólo una de las millones de ideas de una sola mente entre las seis mil millones que hay en el mundo. No cuentan. Son papel mojado.
Rectifico: no son ni papel, la metáfora se despeña por el barranco sin ayuda de empujones amigos. Una idea o conjunto de ideas no es nada.
Es simplemente una sinapsis tras otra.
¿O es que acaso eso importa algo? Quizás si que lo haga y mi experiencia me engaña. Puto Hume y malditos sean el condicionamiento o la predisposición conductivo-racional que ejerce el entorno, la sociedad y el mundo.
Quizá una idea, en disconformidad y antagonismo a lo que piensan muchos
(y a lo que he dicho yo misma de que entre tantas personas que existen, no es nada), lo sea todo.
Tal vez sea la génesis de muchas más con una trascendencia inimaginable.
Quién sabe.



miércoles, 2 de abril de 2014

Elogio de la decandencia.

Hay una literatura de la decadencia. Y una filosofía. Y una vida de la decadencia.
Hombres que saben que la historia y el tiempo pasa por encima de ellos, que les rebasa mientras sus contemporáneos no se enteran de nada, aunque les pase la vida.
Para ser un auténtico decadente hay que vivir un cierto tiempo o tal vez vivir algunas cosas. Pasar de un estado a otro, sobrevivir a algo.
Pero no nos engañemos: se trata de un estado de ánimo más que de una resistencia, un respeto a lo que fuiste, al pasado, a épocas de tu vida.
Yo pienso, además, que esto implicaría que la literatura de la decadencia sólo es posible a partir de la conciencia de la desintegración de una dignidad, de la propia libertad o de la identidad cercenada por la irrupción violenta de un acontecimiento o acontecimientos que cambian la sociedad y el mundo.
Con esto quiero decir que la decadencia es principalmente el anacronismo de vivir en una época que no nos merece, o que simplemente nos desprecia al mostrarnos que hemos vivido.
Es entonces cuando somos capaces de reinventarnos al lograr convertir lo cotidiano en ficción.
Es la mejor técnica (puramente decadentista) para sobrevivir. La misma que posiblemente le proporcionó a Baudelaire una justificación permanente para el cabreo.
Qué profunda belleza se esconde dentro de lo anacrónico, de la incorrección y la decandencia.

Ponerse las pilas.