sábado, 5 de abril de 2014

Ecce Homo.

¿Cómo se llega a ser lo que se es?
Esta pregunta es el significado real de la expresión nietzscheana ecce Homo. 
La verdad es que esto de que haya filósofos, o que alguien pueda sentirse filósofo supone previamente una gran dificultad.  Nietzsche lo dice bien claro en su Ecce Homo: el objetivo de sus diatribas, de su lucha, de su impugnación, es la moral. Y milagrosamente escribe esto dos semanas antes de despedirse definitivamente del mundo y, por extensión, de la vida. Su ecce Homo no puede entenderse más que como una despedida.
La filosofía no puede ser un inicio si previamente no se ha vivido. La moral había sido la resistencia.
Me he percatado que ni siquiera yo misma estudio para filósofa en sentido estricto. Un tipo como Nietzsche lo tendría hoy complicado, como se observa por el desarrollo de su propio discurso, pues constantemente se ejercita en la textualidad del sí mismo. Hoy, paradójicamente, hay más censores que filósofos.
No sé hasta que punto es admisible la aceptación de esta maquinaria de especialistas en filosofía que escriben de los filósofos sin percibir que, mientras que ellos se dieron para sí una vida en la que generalmente se dedicaron a otras actividades mientras pensaban, los nuevos "filósofos" los explican sin que suceda nada dentro de sus cuerpos (y tomo el cuerpo aquí del modo en que lo percibió Merleau-Ponty).
A ver, claro está que un individuo que es capaz de empezar así una confesión preguntándose por qué es tan sabio, por qué es tan inteligente, por qué escribe tan buenos libros, por qué es un destino, no podía tener por fuerza muchos amigos.
Cuando Hannah Arendt comienza diciendo en su ensayo de la voluntad que ésta no era para los clásicos más que una ilusión, un órgano mental para el futuro, sabe perfectamente que todo el pensamiento nietzscheano se apoya en esta batalla entre realidad y ficción.
Nietzsche comenzaría pronto a construirse él mismo un proyecto de futuro, es decir, un proyecto de voluntad, de manera que su voluntad de poder acabaría siendo el énfasis de sus parábolas, de su dimensión poética, de su tragicidad. Esa voluntad era la ficción, era su ficción. No conozco de momento ni un sólo texto nietzscheano que carezca de la verosimilitud de la ficción.
En un momento de gran lucidez (el gran matiz de toda locura), se pregunta cómo se llega a ser lo que se es.
Y ahí es donde pone a colación el dicho clásico del conócete a ti mismo frente a la disciplina del sí mismo. 
Aún así, pese a su diatriba con los filósofos, especialmente con Schopenhauer, es fácil dar con ese origen de la ficción, del deseo y de la voluntad de poder si recordamos algunas pecias en los tramos sumergidos del principal romanticismo: a Schiller, que dice que la voluntad tiene, en tanto que fundamento de la realidad, poder sobre la razón y la sensualidad; a Schopenhauer, que sostiene que el Ser más allá de las apariencias es voluntad; a Friedrich Schelling, que añade que no hay otro ser que la voluntad.
Nietzsche, como bien explica Steiner, no pudo entenderlo todo, ni siquiera la procedencia teatral del Tristán e Isolda de Wagner, aunque sí admitir que la caída de los dioses había sido producida por la improcedente injerencia de los textos de la tragedia, un teatro puro y musical.
Veo esto en las reediciones o descubrimientos de los textos de Nietzsche. La filosofía, como he incidido antes y como él mismo explicó, no es algo que sólo se escriba, sino que es algo que también se vive.
Aunque evidentemente esto se puede decir también de los pintores que se ciegan ante las apariencias o de los escritores que carecen de biografía. Hay gente que directamente vive en el fracaso, porque no se han hecho esta pregunta: ¿cómo he llegado a ser lo que soy? ¿Por qué soy el hombre más inteligente del mundo? ¿Por qué escribo tan buenos libros?, sin saber que el fracaso es otra cosa, otro Nietzsche, otra demolición.

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