sábado, 22 de marzo de 2014

Soy intertextual.

Hallo hilos de Ariadna, miasmas incluso, caminos de perfección, en la intertextualidad, palabra conquistada como una colina en una guerra por soldados que la hacen suya.
Viniendo a casa desde el metro después de la tutoría de teoría literaria, me vino a la cabeza la idea del hombre intertextual.
Hemos tenido tenido el hombre adánico, el héroe, el anticristo, el hombre accidental y ahora me viene a la cabeza el intertextual, ese hombre que no puede estar en ningún lugar porque está ya en todas partes y en ninguna, descentralizado, que sabe hallar los hilos y miasmas de las cosas atando cabos, cada vez con más vividuras procedentes del texto.
Llamo intertextualidad al hecho de que ya no hay nada escrito que no pueda remontarse a otro anterior.
La intertextualidad sin embargo impide la narratividad, la fluidez del texto propio.
Es como si un autor no pudiera seguir siendo propio ahogado por las vicisitudes del recuerdo, de la memoria de otros textos que se abren camino dentro de ti, en medio del autor. Tú no eres tú, sino que eres otros.
Me he dado cuenta de que soy intertextual, soy una persona hecha de textos que al fin ha visto sus enlaces, sus relaciones, sus recovecos y entresijos.
¿Habrá un fatum, un "destino", en el hombre intertextual?
¿Un silencio como intertextualidad?
A veces la textualidad no es otra cosa que textura, puro cuerpo, carne.
Y la intertextualidad, en cambio, permanece bien etérea, bien tangible, depende de la perspicacia en la que se encuentren nuestras sinapsis neuronales.

domingo, 16 de marzo de 2014

Amor.

La falta de amor en las relaciones sexuales nos habla de un mundo hético, lacerante y derrotado.
Amar se parece al viaje de un viajero que se despide de todo y va a su encuentro.
El amor, todo amor, permanece oculto en su magnitud al viajero, y sólo lo halla después de haber viajado por el mundo durante su existencia.
Para mi el amor es otra realidad formal. Otra forma. Esa forma que no quiere para sí la sociedad corrompida y abyecta por falta de amor, esa forma, ese estilo.
El amor como residuo de una duración, un compromiso. Una fuerza ciega.
Sin amor, sin amar, nadie está libre de entrar en la locura.
Si alguien deja de amar, o hasta que no ama, no sabe quién es ni qué es.
El amor es precisamente un compromiso entre una libertad y un recuerdo, libertad en el gesto de elección.
De repente algo se mueve alrededor del viajero.
Es muy cómodo y placentero hacer el amor. No practicar sexo, sino hacer el amor hallándose enamorado.

Palabras.

Hay palabras que se mantienen y se agarran a la vida por encima de la carne, por encima de todo.
Se niegan a morir, como apelando a tu propia existencia, desnudándote.
La vida humana se reduce a un sueño y toda escritura se hunde en la mitología personal y secreta de su autor. El estilo literario funciona a modo de necesidad, como si sólo fuera el término de una metamorfosis ciega y obstinada. Me gusta verme en el límite de la carne y el mundo.

¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño?

Desfilamos y desfila con nosotros el mundo atareado entre las almas de los hombres que se despiden y ceden su puesto como las pálidas almas en su glacial carrera, bajo estrellas que pasan, espuma de los cielos, sigue viviendo este rostro solitario.

La perfección en un párrafo.

No me importa que tus pechos se pierdan entre costillas de terciopelo, porque por esa planicie voluptuosa yo ascenderé al cielo. No me importa tu rostro flébil de tísica enfermiza, y miasmas que ensombrecen tu cuerpo débil. No me importa que tus lúgrubes fanales me aconsejen que tu féretro me aguarda, porque por un solo instante tu serás mi eternidad. Nuestras miradas tiernamente se encontraron en el abismo traspasando las barreras inicuas del mundo.

Vértigo.

"La conducta moral del  hombre se parece a su aspecto físico, que no es más que una caída continua".-J.P.Richter.
Los críticos de Gravity (el filme), si conociesen estas palabras, habrían escrito sus escolios de manera más esencial, más profunda, puesto que es un hecho que una de las grandes limitaciones de nuestra existencia es la gravedad, el abismo, la caída cuando en cualquier circunstancia pierdes pie (un golpe, una impresión, una caída, una conmoción, un atentado, un suicidio), el vértigo.
Hay un momento horrible en Gravity  y es cuando la chica (Sandra Bullock, que en mi opinión merecía el Oscar por tal actuación de órdago) pierde contacto con la nave y es absorbida en el espacio infinito por el abismo.
La sensación de vértigo es espantosa, la puede sentir incluso el espectador.
Es la misma sensación que siente Stewart/Scottie colgado encaramado del tejado viendo cómo más tarde la mujer que ama cae al vacío, y que él también puede caer al vacío inútilmente.
Recuerdo mi experiencia haciendo Bungee Jumping (puenting) y cómo todo se mueve hacia ti, y sientes miedo y vértigo en su estado más puro. Esos segundos son odiosos, pero luego todo pasa y una sensación indescriptible te envuelve. Es la adrenalina, que hace de las suyas. O tal vez durante unas milésimas de segundo, gracias a esta potente sustancia natural, puedas fundirte con el vacío.
Dijo Bachelard que somos seres pesados, cansados, lentos, seres cadentes. Por ello yo pienso que una psicología de la gravedad sería imposible llevarla a cabo sin meditar la idea de ligereza, o la nostalgia de ligereza, eso que arropa prodigiosamente a los dos astronautas de Gravity.
Según Steffens, el proclamado poeta noruego de la Naturphilosophie, 
el vértigo es una súbita soledad.
Quizá la muerte de Madeleine (la mujer que ama Scottie) sea en el filme de Hitchcock una sensación de súbita soledad. ¿Cuándo empieza a sufrir esa súbita soledad? ¿Cuando esconde un crimen repugnante?
¿Cuando descubre que un hombre oscuro la desea igual que si Empédocles deseara la muerte al sentir los vómitos de lava del Etna?
La súbita soledad absoluta la siente la chica de Gravity cuando pierde contacto con el único asidero que puede devolverla a la vida.
El vértigo es entonces una forma de sentirse solo en las profundidades del ser. Es caída evidente, es la ruina del ser. Es un vacío metafísico.
Y es también por ello uno de nuestros grandes sueños. Goethe escribió que no hay verdaderos deleites sino en el punto en el que comienza el vértigo.
Yo también he soñado muchas veces estar a punto de caer por el abismo.
Si no soporto las imágenes de las personas que murieron arrojándose a la nada en las torres gemelas es porque me identifico con esa escatología del terror que tuvieron que sufrir en esos deleznables instantes.
Todo esto, estas imágenes de la caída, del abismo, del sueño, de la muerte y la vida, también forman parte de la belleza de lo sublime.
Gracias a la gravedad, sobrevivimos o morimos.
La gente prefiere no pensarlo como si se pudiera vivir sin pensar todo el tiempo.
Es una caída continua, un vértigo eterno. Al igual que la vida.

sábado, 15 de marzo de 2014

¿De dónde procede esa búsqueda?

Esa necesidad de resolver los misterios de la vida cuando no podemos contestar ni a las preguntas más sencillas.
¿Por qué estamos aquí?
¿Qué es el alma?
¿Por qué soñamos?
Tal vez nos iría mejor sin mirar más allá. Sin ahondar. Sin anhelar.
Pero la naturaleza humana no es así. Ni el corazón tampoco. No es por eso por lo que estamos aquí.

miércoles, 5 de marzo de 2014

¿Qué es el hombre?

A veces las grandes joyas de los grandes escritores no se hallan entre sus obras, sino que es más común hallarlas en las esquirlas de su literatura, en los huecos banales de sus correos, en alguna frase suelta recogida de casualidad por algún medio.
Baudelaire le escribió a su notario un despacho que es todo un juicio final sobre su época. Y como últimamente me siento tan a sabor con el simbolismo y la analogía, procedo a reproducir aquellas palabras:
"Con la excepción de Balzac, Merimée, Chateaubriand, Stendhal, Flaubert, De Vigny, Banbille, Gautier y Leconte de Lisle, toda la chusma moderna me horroriza. Vuestros académicos, horror. Vuestros liberales, horror. 
La virtud, horror. El vicio, horror. El estilo fluido, horror. El progreso, horror. 
No me habléis nunca más de los pregoneros de la nada".
Ahora no es el momento de hablar de su estética, ni de sus flores del mal, ni del principio de una nueva época que supuso su intervención social, ni de sus intenciones edípicas con su madre (a la que trataba como una amante, viéndose con ella a escondidas en el Louvre).
Hoy Baudelaire es para mi un arranque, una forma de expresar mis divagaciones disgregadas.
Todo el mundo espera en todas partes a que algo suceda, pero las preguntas esenciales dejaron de formularse con la huida del existencialismo.
Desde que dejamos de preguntarnos qué es el hombre, por su sentido auténtico. Ahí Kant llegó más lejos que nadie auto formulándose preguntas decisivas que debe hacerse todo hombre: ¿Qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? y ¿qué es el hombre? Y eso que la última pregunta, precisamente la más importante quedará siempre irresoluta.

Me das ideas.

Debería estar estudiando histología como una posesa, pero en lugar de ello me he puesto a pensar un rato en mi refugio bajo el abrigo de mi edredón, que me guarece del mundo y de la realidad.
Me encantaría quedarme aquí el resto de la semana con cierta persona que últimamente alegra mis días con cada una de sus sonrisas, con cada una de sus miradas, con cada uno de sus besos.
No saldría de ese estado ideal de escondrijo perfecto en mucho tiempo.
Hohl también tuvo su madriguera. Salía y entraba y colgaba sus notas y sus aforismos en el tendedero como si sacara su ropa a secar.
El nombre de Hohl es ya todo un presagio: significa hueco, hondo, hendidura. Era un coleccionista de silencios. Como Kvothe.
Este filósofo tuvo la osadía de ver el mundo liberándose de las falsas imágenes que se proyectaban en la pared. El hombre da la vuelta, gira sobre sí mismo y en principio ve un fuego artificial que expande las sombras de las cosas. Pero ya empieza a tomar conciencia de sí mismo, de la realidad (pues toda realidad empieza por uno mismo). Ya no es como los demás hombres de la caverna platónica que admiran las doxai, las falsas opiniones, las apariencias (y que ojo, también son filósofos aunque de una forma más oscura e ignorante).
Si Sócrates hubiera sido el hombre que salió de la caverna y el que volvió a ella con estupor, se hubiera quedado mudo, hubiera entrado en lapsus debido a que ese conocimiento es frecuentemente un pathos, un dolor, es decir, hubiera quedado aquejado de largos silencios tan profundos e inexplicables como los de Ludwig Hohl colgando sus pensamientos en el tendedero.
Como yo, que tras pensar esto he caído presa de un ensimismamiento peculiar y me he levantado de la cama permaneciendo en una especie de trance a escribir esto porque estaba en shock, conmocionada por el hecho de que se me ocurriese si quiera meditar tal cosa.
Y pensar que todo ha empezado por un proceso mental de realizar una analogía con la palabra guarida, por estar pensando en él en vez de leerme tropecientas diapositivas. Que paradójico, ¿no?

martes, 4 de marzo de 2014

El malvado.

Cuenta Deleuze que un día Sócrates se las tuvo que ver con un malvado.
Como todo el mundo sabe, es muy difícil dialogar con los malvados, pero Sócrates era un tipo especial.
Cuando el malvado estuvo ya ante él, le preguntó:
-¿Tú quieres asesinar, no?
-Sí, si-contestó el sujeto-yo quiero asesinar, quiero matar a todo el mundo.
-Pero, ¿por qué quieres matar a todo el mundo?-preguntó Sócrates.
-Porque me da placer. Así te lo digo, Sócrates, me da placer.
-Pero dime, ¿el placer es un bien o es un mal?
-Evidentemente, es un bien-responde el individuo-eso hace bien.
Y Sócrates dijo:
-¡Pero eso es una contradicción! Porque lo que tú quieres no es matar a todo el mundo, matar a todo el mundo es un medio. Lo que tú quieres es tu placer, y tú mismo me has dicho que el placer es un bien.
Resulta que tu placer es matar a todo el mundo, pero lo que quieres es obtener tu placer y si el placer es un bien, entonces tú quieres el bien. Simplemente te equivocas sobre la naturaleza del bien.
Entonces el malvado dijo:
-No, no se puede hablar contigo, Sócrates.
Y Sócrates insistió:
-Es preciso que busques tu bien. Y evidentemente tu bien es asesinar, pero siempre es un bien, tu bien; entonces, no puedes buscar el mal.

Al final, el malvado se vuelve loco y Sócrates espera simplemente a que el asesino se destruya a sí mismo.
En definitiva: el hombre malvado es aquel que juzga mal, y el filósofo es quizás idiota, pero es bueno porque pretende juzgar bien.

Voluntad de poder.

La gente no ha entendido el concepto de Superhombre de Nietzsche y habrá que volver a explicarlo desde Spinoza, que es de donde partió. Seré breve y no me iré por las ramas.
Se trata de la idea de ser fuerte. Ser fuerte es un modo de vida. No es salir a la calle a manifestarte en compañía de otros, así es fuerte cualquiera.
Es salir a la calle solo, si se me permite esta expresión (es que no se me ocurre otra metáfora, igual que sale un torero ante el toro. El torero es fuerte, más fuerte que el toro indefenso. Y el ruedo naturalmente es la vida, es la construcción de la vida desde que comienza.
Mientras el Superhombre se enfrenta a las cosas solo, aquellos que salen en grupo son débiles, son los esclavos, término que utiliza Nietzsche con frecuencia en el Zaratustra. Nietzsche también toma de Spinoza la trinidad que forman el tirano, el clérigo y el esclavo.
Y es que hay algo que tienen en común el tirano que tiene poder, el esclavo que carece de él y el sacerdote que no parece tener otro poder que el espiritual, y es que son impotentes. Tienen la necesidad de hacer reinar la tristeza, de entristecer la vida, eso que también puede atisbarse en Foucault.
Lo explico un poco más: el tirano tiene la necesidad de la tristeza de sus "súbditos" (porque no hay terror que no tenga como base una especie de tristeza colectiva). Esto es algo que se ve muy bien en el pueblo cubano. Esa tristeza la veo también en el paleto que se ríe de nosotros mirándonos como Polifemo desde Gibraltar.
El tirano, el clérigo y el esclavo necesitan dedicarse al cultivo de la tristeza, en feliz expresión del filósofo bergsoniano.
Pero tener poder no es tener fuerza. Y tener fuerza no significa que se vaya a alcanzar otro poder que no sea el de la tiranía, ya sea laica o religiosa.
Si los esclavos carecen de voluntad de poder, también de fuerza.
Esto es algo que no se ha comprendido a pesar de que el sabio Nietzsche lo expresó claramente: la voluntad de poder no es la voluntad de alcanzar poder, sino la voluntad del poder hacer, la poiesis.

Eternamente vivos.

Deleuze dijo una vez: Nosotros sentimos, experimentamos, que somos eternos. La mitad de su clase se sintió consternada, la otra mitad no lo entendió. Pero él le quitó importancia a esta reflexión como si dijera que esa frase no era suya, sino de Spinoza. De igual modo, tiene su importancia, porque fuera de Deleuze o de Borges, es muy complicado entender a Spinoza.
Es normal que sintamos y experimentemos que somos eternos, no por la forma despiadada que se da a la gente para el vivir, sino simplemente cerrando por un instante los ojos.
Después, Deleuze explicó que el único filósofo que había trazado una forma de composición, una dialéctica, entre ontología y ética, había sido Baruch Spinoza. Y todo lo que éste no explicó en su ética, lo añadió Deleuze, aquel hombre de personalidad tan extraña.
Recuerdo también que en otras circunstancias comentó que la filosofía es el arte de inventar, de formar, de fabricar conceptos. Ahora me parece muy difícil vivir sin que podamos notar el concepto de existencia a nuestro alrededor.
Cuando expresó estas ideas, nos desbordó. Nos reveló tres dimensiones de la individualidad y, en correspondencia, tres géneros de conocimiento.
Por ello cuando oigo hablar de metodología, ahora me siento muy apenada, muy sola, porque percibo una involución intelectual. Las ideas inadecuadas forman parte del primer género de conocimiento de las cosas. Qué idea!
De ahí derivarían afectos y/o pasiones inadecuados.
Si aplicáramos aquella primera idea a lo que apreciamos hoy de la realidad, entenderíamos más allá de la ideología, por qué algunos individuos zozobran en medio de su pestilencia. Nos preguntaríamos por qué hay y ha habido tantos hombres condenados a tener ideas desdichadas sobre la vida, la política, las relaciones sociales, la ansiada dominación sobre los hombres...
Deleuze añadió también que hay un segundo género de conocimiento, cómo se componen las relaciones y cómo se descomponen. No sólo se refería a las relaciones humanas, sino a cómo nos relacionamos con las cosas, los objetos, el ser, Dios, la muerte. Había también un tercer género de conocimiento: el conocimiento intuitivo o intensivo, es decir, el de las esencias. Hay una relación muy compleja entre la esencia de lo que uno es y la exterioridad en la que uno se extiende hacia fuera.
Esto en realidad viene a decir según creo que nuestras relaciones, la forma que tenemos de comportarnos, indican nuestra esencia. Nuestra metodología, nuestros géneros de conocimiento, reflejaría nuestro modo de existencia.
Naturalmente, no hay Ley de Educación que pueda resolver esto, pero si supiésemos aplicar esta metodología de vida habríamos resuelto muchas cosas. Hay muchas personas que nunca pasan del primer género de conocimiento, y cuando pasa el tiempo se preguntan si no habrán pasado toda la vida engañándose. Imagino a los alumnos de la universidad al terminar sus carreras. ¿Cuántos de ellos lograrán conocer y dominar los otros dos géneros? Este es un asunto que debería interesar a las autoridades académicas y a los estúpidos que propagan ideas innecesarias o vacuas por incapacidad o maldad.
Curiosamente, Deleuze no se detuvo mucho en cavilar sobre esto. Volvió al asunto de la inmortalidad, y dijo que Spinoza no hablaba de la inmortalidad cuando se refería a la eternidad.
Estoy de acuerdo. Y es que son cosas, conceptos, bien diferentes.
Mientras que la inmortalidad excluye un antes y un después, la eternidad se haya en un antes y en un después de la vida. Esta idea quizá proceda del Fedón de Platón, un diálogo sobre la inmortalidad del alma, pero siempre me ha rondado en la cabeza de una manera teológica e incluso tautológica.
Y es interesante, porque se halla más allá de una idea del tiempo.
Uno hace la experiencia de que es eterno. Sentirse eterno es sin duda una experiencia, aunque haya que ejercitarla. Hay una praxis de la sensación de sentir la eternidad, no la inmortalidad, a no ser que se trate de una metáfora, un artilugio semántico.
De hecho practicamos todos los días la sensación de sentirnos bien, de sentirnos mal, pero no nos damos a la relación intrínseca con la esencia de lo que somos. Esa sensación la poseen hoy muy pocas personas.
Al poder no le interesa que una persona posea interioridad. Esto pone a colación la idea de la pars íntima : la ausencia de intimidad, ese algo que nunca se revela a nadie, es imposible en una dictadura y ahora parece que también en una democracia.
La interioridad es una intimidad. La presión existente la destruye.
Lo mismo sucede con el pudor.
Mientras Mizoguchi y los grandes artistas filman el eros sin renunciar a una intensidad del pudor, la mayoría desconoce que hay una relación entre ontología y ética que sólo Spinoza consiguió reunir, de tal forma que Deleuze la explicó de una manera asombrosa para muchos que no habían conseguido entender.

domingo, 2 de marzo de 2014

HALA MADRID.

Es la sensación inesperada de encajar con una persona.
De que alguien me guste en serio.
De que se me quede su olor en la ropa y me agrade.
De comprender aunque quizá sólo sea mínimamente.
Y pensar en su boca, en sus labios que encajan en los míos sin esfuerzo alguno; en el tacto de su lengua.
Y saber cómo es su personalidad, tranquila, paciente y a pesar de que sólo sea un momento, de forma efímera, hacerle sonreír.
Me encanta ser forofa del mismo equipo de fútbol y poder apoyarme en su hombro mientras toco su pelo suave y veo un partido al mismo tiempo.
Me deleita recrearme en la textura de sus brazos y sus manos fuertes y mirarle a los ojos.
Me fascina hablar con él y cómo me hace sentir.


sábado, 1 de marzo de 2014

Die Stimmung.

En clase observo que a menudo hablamos de ética sin considerar otra cosa que no sea el carácter, el ethos, pero viendo desde dónde parte todo esto, si se sigue una línea que empieza en los escolásticos con el ánimum, sigue con Spinoza con el conatus y acaba con Heidegger en el encontrarse, me doy cuenta que hay una cosa previa al carácter, que también forma parte de la ética o del ejercicio (al menos) de ir hacia ella. Freud lo llamó la libido, pero Aranguren lo llama el talante. Hay una palabra alemana que Eisner usó para calificar ciertas composturas de los personajes que cruzan el expresionismo, el Stimmung, que vendría a ser el pathos, lo originario, el punto de partida de todo hombre al nacer. Algo que nos ha sido dado previamente y que no depende de nosotros.
Al final resolvemos todas las cuestiones de la personalidad acudiendo al carácter, pero es evidente que en todo ser humano hay un talante, una disposición previa, eine Stimmung.
Y después una construcción continua que sólo acaba cuando alcanzamos la meta.
No hablo de otra cosa que de la vida, algo que actualmente no se trata en la sociedad, pues la vida debe ser objeto de la ética.
Es sorprendente que una sociedad que produce constantemente correcciones externas a determinadas desviaciones del comportamiento sin permitir previamente que los individuos construyan una personalidad coherente y cierta, se engañe a sí misma.
En la edad antigua prosperó la idea aristotélica de una ética tendente al pensamiento y la moderación.
Después con el influjo del cristianismo basculamos entre la vida contemplativa y la activa y finalmente con Kierkegaard, cuyo influjo quizá no haya terminado todavía, nos hemos movido en una tríada que evoluciona desde el estadío estético, pasa por el ético y acaba en el religioso.
Es muy bonita la reflexión de Aranguren acerca de que nuestra libertad actual está condicionada por la historia de nuestra libertad en relación a ciertas decisiones que ya no podemos determinar porque nos lo impide nuestro propio pasado, nuestro historial personal.
El hombre se va enredando así en su propia maraña, en la red que él mismo ha tejido. Este autor habla de la libertad en general en términos abstractos sin considerar a priori qué lazo hemos entretejido desde el talante hacia el carácter, qué elementos hemos inferido al punto de partida para encontrarnos existencialmente.
El problema de la infelicidad es este acordeón roto y agujereado que no vemos porque está contraído y al distenderlo deja ver con claridad los descosidos y grietas de nuestra existencia. Por ello nuestro mundo está lleno de hombres acordeón, personas que ya nunca podrán cambiar el rumbo de sus vidas por no haber sabido hacer un buen uso de su libertad. Pasó la oportunidad de ser diferente, pasó el kairós para ellos.
Kierkegaard sostenía la idea superflua de que el título universitario, los idiomas y los viajes completarían el ordo de la personalidad, cosa que me parece descabellada, porque no todas las personas disponen de la misma fuerza de libertad, ni de igual fuerza de voluntad.
La naturaleza, el hábito y la situación cercan triplemente nuestra libertad y justamente en este ser transnatural es en lo que consiste ser hombre.
La existencia es un proyecto, da igual a que nos dediquemos o que habilidades hayamos contraído a lo largo del proceso si previamente hemos logrado saber qué estamos siendo, y quién somos.
En el fondo lo que está en juego es el ser, el hacerse a sí mismo.
La distorsión entre el ethos y el pathos impide una personalidad madura.
El arte de reunirlos e igualarlos indica, por el contrario, una existencia profunda y rica.
Eso sí, no hay que acaparar objetivos, porque al final eso deriva en un "el fin justifica los medios" y además no explica la construcción de un proyecto vital. En realidad lo único que debería interesar es la manera en la que hayamos conseguido nuestros objetivos y la forma que tenga por tanto nuestro proyecto vital tanto en la vida activa como en la contemplativa.

Mi apreciado Platón.

Lo asombroso de Platón es que no sólo recogió la antorcha de los filósofos que le precedieron, sino que la huella que ha dejado en la arena no ha habido ola que la haya borrado jamás. Se transformó a sí mismo ( y a Sócrates) en un personaje de ficción, sin perder nunca el referente de que nos habla una persona real.
La manera en que trata los mitos (ya sean el de la escritura, el de la caverna, el del carro alado) indica una vocación auditiva prepotente y a su vez una voluntad de estilo que es posible hallar en cualquiera de sus textos; el placer del texto, para decirlo con palabras de Barthes. Platón fue, es y será el pensador riguroso, el maestro de la doxa, el lógico y celebrador de las matemáticas, el escritor imaginativo líricamente inspirado.
Platón imitará a su maestro, lo defenderá; escribir y hablar son la misma cosa.
Eso ya estaba en el mito: hablar supone decir la verdad, incluso aunque sea a partir de una ambigüedad tan dramática como es la dialéctica, mientras que escribir lleva aparejado lo oscuro, algunas veces la mentira, lo extraño, lo que no es nuestro. Es difícil encontrar a alguien que habla mintiendo, porque el habla está más estrictamente sometida al lenguaje, a la abstracción que la escritura.
Naturalmente, sigo aquí el diálogo de Sócrates con Fedro, y ese diálogo es evidente que no se ha acabado.
Jaspers cuando habla, es decir, cuando escribe de lenguaje, dice como Gorgias, que si se pudiera conocer el ser, no podríamos comunicar lo alcanzado. Es verdad, pero ahora ocurre ese fenómeno a la inversa: necesitamos ponernos delante de una máquina o de un folio porque intuimos que no hemos sabido comunicarnos en el habla, lo cual es muy paradójico.
Es muy fácil mentir desde la escritura.
Platón tuvo que divertirse lo suyo al percatarse de esta transformación del discurso.
En un capítulo de Las Leyes, Platón se defiende a la manera en que acostumbraba Sócrates, de la crítica que se le hace a su ilusa e ilusionante República en donde no habría sitio para los trágicos, con una respuesta de escalofrío:
"nosotros mismos somos autores de tragedias y autores de la más bella y mejor tragedia, pues toda nuestra Constitución no tiene otra razón  de ser que imitar la vida más bella y excelente; y ahí se halla la tragedia más auténtica. Así pues, vosotros sois autores y nosotros también. Somos vuestros rivales en la representación y creación del drama más bello, el único naturalmente apto para crear la verdadera ley".
Este fragmento resulta tan aplicable a tal número de situaciones contrapuestas que por sí mismo merecería un curso de vida, esto es, de docencia completa de representación dialéctica y filosófica, estética y moral. Es duro y al mismo tiempo es fluido como los ríos de sangre que dejan un cauce insoslayable en la historia.