Hallo hilos de Ariadna, miasmas incluso, caminos de perfección, en la intertextualidad, palabra conquistada como una colina en una guerra por soldados que la hacen suya.
Viniendo a casa desde el metro después de la tutoría de teoría literaria, me vino a la cabeza la idea del hombre intertextual.
Hemos tenido tenido el hombre adánico, el héroe, el anticristo, el hombre accidental y ahora me viene a la cabeza el intertextual, ese hombre que no puede estar en ningún lugar porque está ya en todas partes y en ninguna, descentralizado, que sabe hallar los hilos y miasmas de las cosas atando cabos, cada vez con más vividuras procedentes del texto.
Llamo intertextualidad al hecho de que ya no hay nada escrito que no pueda remontarse a otro anterior.
La intertextualidad sin embargo impide la narratividad, la fluidez del texto propio.
Es como si un autor no pudiera seguir siendo propio ahogado por las vicisitudes del recuerdo, de la memoria de otros textos que se abren camino dentro de ti, en medio del autor. Tú no eres tú, sino que eres otros.
Me he dado cuenta de que soy intertextual, soy una persona hecha de textos que al fin ha visto sus enlaces, sus relaciones, sus recovecos y entresijos.
¿Habrá un fatum, un "destino", en el hombre intertextual?
¿Un silencio como intertextualidad?
A veces la textualidad no es otra cosa que textura, puro cuerpo, carne.
Y la intertextualidad, en cambio, permanece bien etérea, bien tangible, depende de la perspicacia en la que se encuentren nuestras sinapsis neuronales.
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