miércoles, 5 de marzo de 2014

Me das ideas.

Debería estar estudiando histología como una posesa, pero en lugar de ello me he puesto a pensar un rato en mi refugio bajo el abrigo de mi edredón, que me guarece del mundo y de la realidad.
Me encantaría quedarme aquí el resto de la semana con cierta persona que últimamente alegra mis días con cada una de sus sonrisas, con cada una de sus miradas, con cada uno de sus besos.
No saldría de ese estado ideal de escondrijo perfecto en mucho tiempo.
Hohl también tuvo su madriguera. Salía y entraba y colgaba sus notas y sus aforismos en el tendedero como si sacara su ropa a secar.
El nombre de Hohl es ya todo un presagio: significa hueco, hondo, hendidura. Era un coleccionista de silencios. Como Kvothe.
Este filósofo tuvo la osadía de ver el mundo liberándose de las falsas imágenes que se proyectaban en la pared. El hombre da la vuelta, gira sobre sí mismo y en principio ve un fuego artificial que expande las sombras de las cosas. Pero ya empieza a tomar conciencia de sí mismo, de la realidad (pues toda realidad empieza por uno mismo). Ya no es como los demás hombres de la caverna platónica que admiran las doxai, las falsas opiniones, las apariencias (y que ojo, también son filósofos aunque de una forma más oscura e ignorante).
Si Sócrates hubiera sido el hombre que salió de la caverna y el que volvió a ella con estupor, se hubiera quedado mudo, hubiera entrado en lapsus debido a que ese conocimiento es frecuentemente un pathos, un dolor, es decir, hubiera quedado aquejado de largos silencios tan profundos e inexplicables como los de Ludwig Hohl colgando sus pensamientos en el tendedero.
Como yo, que tras pensar esto he caído presa de un ensimismamiento peculiar y me he levantado de la cama permaneciendo en una especie de trance a escribir esto porque estaba en shock, conmocionada por el hecho de que se me ocurriese si quiera meditar tal cosa.
Y pensar que todo ha empezado por un proceso mental de realizar una analogía con la palabra guarida, por estar pensando en él en vez de leerme tropecientas diapositivas. Que paradójico, ¿no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario