martes, 4 de marzo de 2014

Eternamente vivos.

Deleuze dijo una vez: Nosotros sentimos, experimentamos, que somos eternos. La mitad de su clase se sintió consternada, la otra mitad no lo entendió. Pero él le quitó importancia a esta reflexión como si dijera que esa frase no era suya, sino de Spinoza. De igual modo, tiene su importancia, porque fuera de Deleuze o de Borges, es muy complicado entender a Spinoza.
Es normal que sintamos y experimentemos que somos eternos, no por la forma despiadada que se da a la gente para el vivir, sino simplemente cerrando por un instante los ojos.
Después, Deleuze explicó que el único filósofo que había trazado una forma de composición, una dialéctica, entre ontología y ética, había sido Baruch Spinoza. Y todo lo que éste no explicó en su ética, lo añadió Deleuze, aquel hombre de personalidad tan extraña.
Recuerdo también que en otras circunstancias comentó que la filosofía es el arte de inventar, de formar, de fabricar conceptos. Ahora me parece muy difícil vivir sin que podamos notar el concepto de existencia a nuestro alrededor.
Cuando expresó estas ideas, nos desbordó. Nos reveló tres dimensiones de la individualidad y, en correspondencia, tres géneros de conocimiento.
Por ello cuando oigo hablar de metodología, ahora me siento muy apenada, muy sola, porque percibo una involución intelectual. Las ideas inadecuadas forman parte del primer género de conocimiento de las cosas. Qué idea!
De ahí derivarían afectos y/o pasiones inadecuados.
Si aplicáramos aquella primera idea a lo que apreciamos hoy de la realidad, entenderíamos más allá de la ideología, por qué algunos individuos zozobran en medio de su pestilencia. Nos preguntaríamos por qué hay y ha habido tantos hombres condenados a tener ideas desdichadas sobre la vida, la política, las relaciones sociales, la ansiada dominación sobre los hombres...
Deleuze añadió también que hay un segundo género de conocimiento, cómo se componen las relaciones y cómo se descomponen. No sólo se refería a las relaciones humanas, sino a cómo nos relacionamos con las cosas, los objetos, el ser, Dios, la muerte. Había también un tercer género de conocimiento: el conocimiento intuitivo o intensivo, es decir, el de las esencias. Hay una relación muy compleja entre la esencia de lo que uno es y la exterioridad en la que uno se extiende hacia fuera.
Esto en realidad viene a decir según creo que nuestras relaciones, la forma que tenemos de comportarnos, indican nuestra esencia. Nuestra metodología, nuestros géneros de conocimiento, reflejaría nuestro modo de existencia.
Naturalmente, no hay Ley de Educación que pueda resolver esto, pero si supiésemos aplicar esta metodología de vida habríamos resuelto muchas cosas. Hay muchas personas que nunca pasan del primer género de conocimiento, y cuando pasa el tiempo se preguntan si no habrán pasado toda la vida engañándose. Imagino a los alumnos de la universidad al terminar sus carreras. ¿Cuántos de ellos lograrán conocer y dominar los otros dos géneros? Este es un asunto que debería interesar a las autoridades académicas y a los estúpidos que propagan ideas innecesarias o vacuas por incapacidad o maldad.
Curiosamente, Deleuze no se detuvo mucho en cavilar sobre esto. Volvió al asunto de la inmortalidad, y dijo que Spinoza no hablaba de la inmortalidad cuando se refería a la eternidad.
Estoy de acuerdo. Y es que son cosas, conceptos, bien diferentes.
Mientras que la inmortalidad excluye un antes y un después, la eternidad se haya en un antes y en un después de la vida. Esta idea quizá proceda del Fedón de Platón, un diálogo sobre la inmortalidad del alma, pero siempre me ha rondado en la cabeza de una manera teológica e incluso tautológica.
Y es interesante, porque se halla más allá de una idea del tiempo.
Uno hace la experiencia de que es eterno. Sentirse eterno es sin duda una experiencia, aunque haya que ejercitarla. Hay una praxis de la sensación de sentir la eternidad, no la inmortalidad, a no ser que se trate de una metáfora, un artilugio semántico.
De hecho practicamos todos los días la sensación de sentirnos bien, de sentirnos mal, pero no nos damos a la relación intrínseca con la esencia de lo que somos. Esa sensación la poseen hoy muy pocas personas.
Al poder no le interesa que una persona posea interioridad. Esto pone a colación la idea de la pars íntima : la ausencia de intimidad, ese algo que nunca se revela a nadie, es imposible en una dictadura y ahora parece que también en una democracia.
La interioridad es una intimidad. La presión existente la destruye.
Lo mismo sucede con el pudor.
Mientras Mizoguchi y los grandes artistas filman el eros sin renunciar a una intensidad del pudor, la mayoría desconoce que hay una relación entre ontología y ética que sólo Spinoza consiguió reunir, de tal forma que Deleuze la explicó de una manera asombrosa para muchos que no habían conseguido entender.

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