sábado, 1 de marzo de 2014

Die Stimmung.

En clase observo que a menudo hablamos de ética sin considerar otra cosa que no sea el carácter, el ethos, pero viendo desde dónde parte todo esto, si se sigue una línea que empieza en los escolásticos con el ánimum, sigue con Spinoza con el conatus y acaba con Heidegger en el encontrarse, me doy cuenta que hay una cosa previa al carácter, que también forma parte de la ética o del ejercicio (al menos) de ir hacia ella. Freud lo llamó la libido, pero Aranguren lo llama el talante. Hay una palabra alemana que Eisner usó para calificar ciertas composturas de los personajes que cruzan el expresionismo, el Stimmung, que vendría a ser el pathos, lo originario, el punto de partida de todo hombre al nacer. Algo que nos ha sido dado previamente y que no depende de nosotros.
Al final resolvemos todas las cuestiones de la personalidad acudiendo al carácter, pero es evidente que en todo ser humano hay un talante, una disposición previa, eine Stimmung.
Y después una construcción continua que sólo acaba cuando alcanzamos la meta.
No hablo de otra cosa que de la vida, algo que actualmente no se trata en la sociedad, pues la vida debe ser objeto de la ética.
Es sorprendente que una sociedad que produce constantemente correcciones externas a determinadas desviaciones del comportamiento sin permitir previamente que los individuos construyan una personalidad coherente y cierta, se engañe a sí misma.
En la edad antigua prosperó la idea aristotélica de una ética tendente al pensamiento y la moderación.
Después con el influjo del cristianismo basculamos entre la vida contemplativa y la activa y finalmente con Kierkegaard, cuyo influjo quizá no haya terminado todavía, nos hemos movido en una tríada que evoluciona desde el estadío estético, pasa por el ético y acaba en el religioso.
Es muy bonita la reflexión de Aranguren acerca de que nuestra libertad actual está condicionada por la historia de nuestra libertad en relación a ciertas decisiones que ya no podemos determinar porque nos lo impide nuestro propio pasado, nuestro historial personal.
El hombre se va enredando así en su propia maraña, en la red que él mismo ha tejido. Este autor habla de la libertad en general en términos abstractos sin considerar a priori qué lazo hemos entretejido desde el talante hacia el carácter, qué elementos hemos inferido al punto de partida para encontrarnos existencialmente.
El problema de la infelicidad es este acordeón roto y agujereado que no vemos porque está contraído y al distenderlo deja ver con claridad los descosidos y grietas de nuestra existencia. Por ello nuestro mundo está lleno de hombres acordeón, personas que ya nunca podrán cambiar el rumbo de sus vidas por no haber sabido hacer un buen uso de su libertad. Pasó la oportunidad de ser diferente, pasó el kairós para ellos.
Kierkegaard sostenía la idea superflua de que el título universitario, los idiomas y los viajes completarían el ordo de la personalidad, cosa que me parece descabellada, porque no todas las personas disponen de la misma fuerza de libertad, ni de igual fuerza de voluntad.
La naturaleza, el hábito y la situación cercan triplemente nuestra libertad y justamente en este ser transnatural es en lo que consiste ser hombre.
La existencia es un proyecto, da igual a que nos dediquemos o que habilidades hayamos contraído a lo largo del proceso si previamente hemos logrado saber qué estamos siendo, y quién somos.
En el fondo lo que está en juego es el ser, el hacerse a sí mismo.
La distorsión entre el ethos y el pathos impide una personalidad madura.
El arte de reunirlos e igualarlos indica, por el contrario, una existencia profunda y rica.
Eso sí, no hay que acaparar objetivos, porque al final eso deriva en un "el fin justifica los medios" y además no explica la construcción de un proyecto vital. En realidad lo único que debería interesar es la manera en la que hayamos conseguido nuestros objetivos y la forma que tenga por tanto nuestro proyecto vital tanto en la vida activa como en la contemplativa.

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