jueves, 15 de mayo de 2014

Cosas.

Hay veces que no puedo dormirme. O caigo como un cesto quedándome sopa al instante, o soy presa del insomnio más maligno.
Pero para poder dormir he encontrado algo. Algo que no sabía que conseguiría que durmiese tan profundamente. A cada uno le relaja la mente una cosa. Como al protagonista del club de la lucha con aquello de asistir a grupos de apoyo de diversas enfermedades para encontrar quizá, en el dolor y la desgracia ajena, una reconfortante sensación de libertad y saberse en mejor situación.
Pues bien, cuando tengo una noche particularmente insomne, hago que me vengan cosas a la cabeza.
Un deslizar entre piedras planas, lisas y negras, completamente cubiertas de algas, arena o musgo en el fondo de un lago o de un río en calma, frotándose absurdamente en un misterioso vaivén, movidas sutilmente por el agua.
Me vienen a la mente cerillas, varillas de fósforo partiéndose con un súbito chasquido, dejando escapar astillas y luz pálida y chispas de color rojo y naranja y amarillo con vetas azules.
O un niño que se esconde en un armario de ropa enorme donde vuela fantasmagórico el perfume de su madre.
O un cachorro recién nacido de perro o de gato, una cosa tan vivificante que se acopla a tu mano, buscando tu calor.
O cortinas espesas de terciopelo púrpura por entre los que se desliza como si flotase una figura borrosa, indefinida, etérea, fluorescente, que los roza al pasar emitiendo un susurro de aire.
O una caricia repetida, suave, que casi hace cosquillas. Sus labios en los míos. Sus ojos marrones con sus pestañas largas, rozándome las mejillas. Sus manos recorriendo mi piel. Placer. Un ritmo tibio.
Cosas así.

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