martes, 6 de mayo de 2014

El lado bueno.

Hace unos días asistí a un seminario de una clase de argumentación que se convirtió en poco menos que un debate acalorado.
Mientras que se desarrollaba y a veces me dejaban intervenir, me sentía cada vez más frustrada. Sí: me dejaban. Al parecer mis compañeros tienen una especie de acuerdo tácito para no dejarme expresar mis ideas. Se respetan entre ellos por ser mayores (el más joven inmediato a mi tiene 37 años), pero yo debo guardar un respeto hacia ellos que no es recíproco.
La mayoría ni siquiera tenía muy claro el objetivo del seminario: argumentar.
Y mientras parecía hallarme en un plató de telecinco por las constantes interrupciones a menudo bravuconas de los supuestamente "adultos" en el turno de palabra de los demás, la esperanza en este tipo de mesas redondas se me venía un poco abajo. 
Todas sus ideas me parecen similares en el sentido del extremismo que expresan. No cejan en su empeño de colar falacia tras falacia en su retórica (que, por cierto, es cojonuda).  Y yo por contraposición me siento encerrada en el cuerpo de un Sócrates dialéctico y contemporáneo y dígase de paso, excepcionalmente quisquilloso.
Por otro lado, practicarse en el ejercicio de hacer razonar mediante la dialéctica a unas personas que me duplican e incluso triplican la edad me hace hallar un regocijo curioso cuando lo consigo. Les saco de su retórica y les dejo quizá algo semidesnudos ante los demás en cuanto a argumentos se refiere. 
Me pregunto cómo sería de distinto si en este tipo de seminarios se pensase argumentando de verdad. Me pregunto si los demás habrán pensado lo mismo en algún momento. Quizá debería irme a estudiar al extranjero para comprobar si realmente es igual en todas partes, si al final la línea que separa retórica persuasiva de argumentación, de dialéctica esencial es tan fina como he comprobado mediante la experiencia.
Me dan ganas de meterme ahora en una disertación sobre el subjetivismo, pero no quiero llegar ahí, al menos de momento, pues me llevaría mucho tiempo del que por ahora no dispongo.
Para acabar, diré que he observado algo positivo en este tipo de seminarios. Argumentando, uno puede poner a caer de un burro a Hegel y comparar a Marx y a Engels con unos verduleros. Da igual. Mientras tus argumentos sean impecables, lógicos, investigados y estén libres de falacias, son válidos 
(lo que no quiere decir que sean ínfimamente discutibles, ¿no?).

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