Cuando la escucha es verdadera, dice Quignard, la enunciación desaparece, la recepción vacila y se funde en su origen, nace la turbación y de ello atestigua la pérdida de identidad.
No hay escucha profunda sin destrucción del que habla.
Zozobra ante lo comunicado, que se desplaza surgiendo de él por la palabra y que finalmente regresa al auditor, por una parte a causa de la difuminación en el aire de la fuente sonora y por otra gracias a ese callar-recuperar de lo dicho, que se consume al interior de uno mismo.
Entonces quien escucha deja de ser el mismo hombre y se desordena de verdad en pensamiento.
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