miércoles, 16 de noviembre de 2016

La imagen completa.

Hay veces que me pongo a imaginarme de vieja.
Y cuando lo hago, no pienso en cómo será mi aspecto, ni lo que habré hecho, sino en qué pensaré entonces y en cómo veré la vida.
Lo que más suelo preguntarme es si me acordaré de los acontecimientos de mi vida y de un montón de detalles sueltos desperdigados por ese bolso de Mary Poppins que es el cerebro.
Cuando me pongo a hacer esta gilipollez se me suele pasar por la cabeza una cosa curiosa que suele acecharte cuando ves tu vida en retrospectiva: que te das cuenta de lo que más te importaba o preocupaba hace X años en un determinado momento es insignificante en el momento actual.
Olvidas el arrepentirte de una pregunta que hiciste mal en un examen. Olvidas que querías a otra persona distinta porque no tenías ni idea de lo que era el amor en comparación con lo que sientes ahora.                   Olvidas que no sabías lo que era el auténtico placer ni el dolor.                 Olvidas que hace 15 años no te gustaba el queso pese a que ahora es lo que más te gusta. Olvidas que eras una persona distinta a la que eres ahora, una persona que probablemente, si conocieses ahora, acabarías cayéndote mal a ti mismo.                                                                             Olvidas que lo que creías fuerte o débil era tremendamente subjetivo. Olvidas que tus ideas eran diferentes. Olvidas que sentías las cosas de forma distinta. Olvidas que tu forma de ver el mundo hace cinco, diez o quince años era radicalmente diferente. Olvidas que no sabías muchísimas cosas. Olvidas que tu forma de comprender a los demás no era como ahora. Olvidas que tu forma de razonar no era ni de lejos la actual.           Olvidas que todo lo que creías saber no era nada comparado con lo que ahora sabes y que lo que sabes no es nada comparado con lo que sabrás. Olvidas que te gustaba hacer ciertas cosas, que te reías de otra manera.
Y cuando te das cuenta de que habías olvidado todas esas cosas y muchas más, es cuando recuerdas y vuelves a ser, porque eso es lo flipante de la mente y del tiempo, que esa persona completamente diferente que bien podría ser otra, has sido, eres y serás tú mismo, junto con muchas otras personas que también serás a lo largo de la vida.
Encuentras esa palabra perdida: yo. Y ahí es cuando el tiempo se para y se acelera a la vez y pasado, presente y futuro se funden en un todo que eres tú. Como si ya no variase la fórmula. Como si ya no hubiese más papel para dejarte claro que ese igual te puede dejar en cero.

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