Su reflejo en el alma de las
personas que las aman.
Y, como ocurre en la caverna de Platón, los prisioneros
no ven los objetos reales, sino sus sombras. Es decir, el apasionado ve la sombra a la cual el fulgor de la auténtica
pasión reviste de contornos más o menos definidos.
Y, como el cautivo, hay que escalar
amorosamente, sudar para conseguir amar, el motor de la vida.
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