Hay una idea en Hume que me resulta muy atractiva: se puede no tener fe pero al mismo tiempo se puede creer.
Esto, sin leer a Hume, parece incontestable, como si lo hubiéramos experimentado también nosotros.
La gente extrapola esta idea a la religión, porque no entienden lo que significa.
Creer significa no ponernos a nosotros mismos ni a ninguna de las cosas del mundo que nos rodean en cuestión. La creencia así sería una especie de ética, nos daría nuestros valores y el mundo real.
No hay una conexión física entre causas y efectos, sino una interrelación espiritual.
Pero no nos olvidemos de que se trata de Hume: la verdadera realidad es la experiencia, como si actuase de una forma inductiva, ya que la existencia procede de la razón.
Se trataba de una empecinada objeción, que ha sido posteriormente rebasada por el acuerdo metodológico entre inducción y deducción.
Quizá los filósofos al final estaban comportándose como los clérigos: construían edificios tan cerrados y enigmáticos como los de la iglesia. Sólo quedaba a salvo Sócrates y todo porque este carecía de teoría, libros o texto. Todo en el procedía de la pura existencia, de la empírica existencia.
La ciencia no podía determinar las condiciones de los hombres como si fueran máquinas.
No deja de ser jocoso que ahora, con las tendencias políticas, aparezcan de nuevo los clérigos, diciéndonos qué hemos que hacer y cómo hemos de comportarnos.
Mística y empirismo juntos por primera vez desafiando a la revolución.
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