Y fuimos andando lentamente hasta el puente, donde nos despedimos con un beso apasionado y lleno de lágrimas, de dolor, como si ese fuese el último que nos fuésemos a dar. Y lo fue, fue el último que nos dimos en nuestra relación.
Cada uno partió hacia cada lado del puente y yo, en una especie de trance fui caminando hacia el metro, muy despacio.
Entonces me llamó, y el corazón me dio un vuelco pensando que era porque no quería que todo acabase, porque se arrepentía de querer hacerlo, como yo, porque quería estar conmigo y no se había fijado. Pero una sensación similar a una fractura de hueso pero en cada célula de mi cuerpo se manifestó y ardí de dolor: él había corrido hasta mí y me había detenido porque yo aún tenía guardado algo suyo en mi bolso. Luego se fue y me quedé como una concha vacía mientras derramaba lágrimas y las gruesas gotas caían al suelo, disolviéndose.
Ese pequeño tramo hasta el metro fue el peor paseo de mi vida, porque sabía que en cuanto llegase al final de las escaleras todo habría terminado. En realidad ya lo estaba, pero llegar significaría un antes y un después y luego me quedaría ahí quieta, siendo consciente de que cada vez que pasase por ahí lo reviviría todo.
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