Mucha gente pasa la vida haciendo cosas que no le satisfacen, realizando tareas, repitiendo rutinas, anclándose a la corriente deshumanizadora de la cosificación y el uso de las personas, siendo una pieza más en un engranaje mellado y oxidado que hace tiempo que no funciona.
Me he dado cuenta de que me siento fuera de lugar en el cosmos porque no se supone que hago lo que debo hacer la mayoría de las veces.
Los clichés más trillados lo etiquetan de rebeldía, y en parte tienen razón, porque me niego a verme dentro de una década como ama de casa y pensando en tener hijos, me niego a verme en un laboratorio inclinándome sobre una placa Petri con dolor de espalda y tropecientas dioptrías de usar tanto el microscopio.
Lo rechazo, efectivamente me amotino en contra de eso, me prohíbo ser así, dejarme arrastrar por esa vida sedentaria y carente de emoción.
Eso me diferencia (la gente no suele entender por qué se suelen hacer planes con expectativa y fecha de caducidad de un año o menos). Tampoco me voy a subyugar bajo una variable absurda que no sirve de mucho. El tiempo no merece esa dedicación por mi parte.
Quiero dejar de estudiar? Claro que no. Pero si hago lo que hago es para aprender, para saber. No para tener un título o encadenarme a un escritorio.
Y por eso la filosofía me engatusa. Porque pienso. Porque escribo.
ESO es lo que me hace concebirme fuera del embrollo de una vida de tedio consuetudinaria, de lo que se espera que haga.
Eso hace que ignore mi cinismo por no irme haciendo autostop a Tailandia o trabajar de camarera en una cafetería de Yakarta.
Tal vez no quiera echar raíces en ninguna parte porque nunca las he tenido. No sé lo que es eso. Y no lo deseo. Y no me asusta la alternativa. No me inquieta ser nómada, ni pobre, ni ajena en un mundo desconocido y lejano por ya lo soy en este terruño, en la porción de tarta que conozco.
Llevo la aventura asentada en alguna parte profunda de mi.
Y por eso, que le follen a esa vida inapetente, a la hipócrita sociedad, a las posibles esperanzas que la poca que gente que conozco de verdad pueda depositar en mi persona.
Porque voy a vivir, y hacer grandes cosas. No se cuáles ni si serán exactamente "grandes", pero para mi tendrán relevancia, y espero que alguien también se la encuentre. Con una persona me vale.
Y si me asomo al borde del barranco, no tendré vértigo.
Y aunque estas palabras ya incluso desde el mismo instante de teclearlas están siendo devoradas por el silencio, constituyen mi única arma para defender mi mente, mi último bastión, de mi misma.
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