lunes, 13 de enero de 2014

La vida es un regalo, y a caballo regalado no le mires el diente.

He aprendido.
He jugado con fuego y me he quemado.
He mirado la ruina humana directamente a la cara.
He estado junto a alguien decrépito, carcomido por dentro y por fuera.
Y he estado también corroída y concomida.
He sentido una aureola de seguridad en mi misma.
He experimentado.
He sentido mucho dolor, y sus heridas a medio cerrar u olvidadas.
He sentido felicidad, placer, éxtasis, plenitud, el amor.
He roto corazones y me han roto el mío.
He recorrido muchas distancias.
He mirado directamente al Sol sin apartar la vista, sin sentir su abrasión en la retina, y asimismo me ha deslumbrado.
He sentido lo que es romperse por dentro, lo que es que te den tu peor noticia, y lo que supone que te den la mejor, el alivio y el impulso, la fuerza y el poder.
He experimentado el frío y el calor más espantosos.
La ira, rabia, tristeza, piedad y amargura más intensos, quemándome, ardientes mientras subían por mi garganta. El nerviosismo punzándome las vísceras.
He pasado hambre y he estado a punto de reventar de empacho.
He estado contenta por el esfuerzo empleado en un logro obtenido, y decepcionada por un fracaso.
He reído.
He llorado.
He escrito.
He sentido.
He volado.
Joder, he vivido.
Sé que me queda mucho por vivir, pero si muriese ahora, lo haría con la certeza de saber que he vivido. Y por eso no me asusta la muerte, el fracaso, la indecisión, la pérdida, el dolor o no ser feliz.
No temo muchas otras cosas. Sólo da pánico lo que no se conoce.
E incluso todo eso pasa una vez sucede.
Y luego, en la oscuridad, no me queda nada más que yo misma.
Y ni siquiera le tengo miedo a eso.

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