martes, 14 de enero de 2014

Gatos.

Esta tarde tenía frío, de modo que he ido al armario para coger una sudadera con la que abrigarme.
Al abrir la puerta, mi gato estaba sobre mi ropa. He acariciado su lomo y su cabeza, por detrás de las orejas y se ha puesto a ronronear, acercándose a mi mano en un gesto de satisfacción y felicidad.
Envidio a los gatos.
Para ellos, la felicidad es simple: mientras puedan comer, dormir y de vez en cuando reciban unos cuantos mimos, todo está bien; sus pretensiones no van más allá de esas tres tonterías, totalmente inconscientes del universo que los rodea, gozan de estar tumbados mientras se relamen las patas.
Y después se ponen junto a la ventana, observando tras el cristal como si estuvieran analizando cada detalle que sus ojos captan.
Pero no tienen ni idea de qué es lo que observan. Y son felices: por eso son felices.
Me gustaría ser un gato. Me gustaría que la felicidad fuese tan simple. Poder mirar por la ventana y ver a la gente pasar sin más preocupación  que esa, ver pasar a la gente. Podría ser feliz sin preocuparme por los estudios, por el amor, por las personas, por el universo....En lugar de preguntarme "¿por qué se difracta un electrón?" pensaría "¿me habrán llenado el comedero de pienso hoy? En vez de "¿encontraré el amor? me preguntaría  "¿tendré el arenero limpio?"
Me gustaría ser un gato para mirar a los humanos con desprecio pensando "sé las respuestas a todo lo que os preguntáis. Pero no os las voy a decir, ni siquiera me importan" y, acto seguido, maullaría cariñosamente para que me dieran una sardina.

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