Hace un tiempo que no escribía demasiado.
La razón es simple y monótona. Mis días se resumen a un laboratorio, trabajo por terminar, libros por leer, exámenes por estudiar, unos sentimientos por enterrar, unos días que últimamente no conocen de noches ni de diversión, y una reconfortante esperanza de un porvenir compasivo.
Busco entonces una forma de desahogarme, de sacarme todo de mi interior. Acudo a las palabras como forma de olvido, acudo a esta pantalla para no perderme entre tantos pensamientos.
Quien quiera que me lea que sepa que esto de escribir para mi es fácil y difícil.
Por un lado, expresar mis ideas me resulta sencillo y espontáneo, aunque compartirlas me cuesta, porque comparto con un mundo incierto y ajeno la parte más profunda, íntima e inaccesible de mi alma.
Pero escribir, pensar, crear, me cautiva en demasía. Lo haré más a menudo.
Cuando lo urgente deje tiempo para lo importante, volveré a mis letras.
Extrañaba mi rincón de arte, así como extraño mi entereza, mi fuerza, mi determinación, mi serenidad.
Así como también extraño enamorarme tanto como la primera vez, como cuando tenía menos años y no me pesaban las cicatrices.
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